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domingo, 10 de marzo de 2019

Apuntes Anarcofeministas ante el Movimiento Feminista Actual

Si algo ha logrado el sistema capitalista contemporáneo es convertir nuestras demandas en objetos de consumo. Por eso hoy no puede asombrarnos que existan feminismos al servicio no sólo de los Estados y sus aparatos represivos, sino de las corrientes más reaccionarias del Mercado. Y dentro de todo este panorama se impone una serie de prácticas feministas o declaradas como tal, que resultan incapaces de forjar un análisis estructural profundo de nuestra sociedad y se limitan a activar en función de demandas claramente dictadas desde los grandes medios de difusión y centros de poder. Me refiero más específicamente a temas como el acoso callejero, que abordado desde una perspectiva elitista y paternalista, ha servido para la implementación de políticas institucionales orientadas a la estigmatización del obrero y a una mayor policialización de los espacios públicos. Ni el mass media ni el feminismo pop podrían ir más allá, no podrían poner sobre el tapete temas tan trascendentales como la explotación del cuerpo femenino en el mundo de la reproducción capitalista.

Este 8 de marzo se llevó a cabo un nuevo llamado hacia el denominado Paro Internacional de Mujeres. Este llamado a huelga —a pesar de lo ineficaz en cuanto al objetivo fundamental de paralizar la producción— constituyó un avance en las discusiones del feminismo actual, pues evidencia que somos también pieza fundamental para la acumulación del capital y tenemos plena conciencia de ello. Nuestro deber entonces es sostener y profundizar ese análisis en todos los escenarios organizativos, de modo que nuestras acciones como movimiento de mujeres vayan haciendo un peso trascendental y determinante en la lucha anticapitalista que se desarrolla hoy por la defensa de los derechos sociales más elementales, así como de los territorios urbanos y rurales. Los primeros, sometidos a políticas de control social que imponen la presencia de cada día mayor cantidad de policías uniformados y de civil que atentan contra la seguridad y la vida de trabajadoras ambulantes, inmigrantes y personas racializadas. Los segundos, sometidos al despojo de las industrias extractivistas y agroexportadoras, que imponen condiciones laborales precarias para sus trabajadoras y además hunden a las comunidades en conflictos socioambientales catastróficos.

No obstante, resulta importante visibilizar también que no pocas mujeres organizadas y dispuestas a reflexionar desde el feminismo, plantearon de forma oportuna su posición crítica de la huelga de mujeres como agenda colectiva impuesta desde el feminismo hegemónico. Lo han hecho señalando que las condiciones de precariedad laboral, dependencia económica y opresión que pesan sobre muchas de ellas, imposibilita la consideración de una huelga como estrategia. Son mujeres indígenas, pobladoras, inmigrantes, racializadas, quienes señalan con razón que la huelga pueden realizarla hoy sólo algunas mujeres pertenecientes a estratos medios, al ámbito universitario o de la tecnocracia, donde la huelga —lejos de ser mal vista— puede ser instrumentalizada por esas estructuras de poder.

Como anarcofeministas reconocemos la importancia histórica de la huelga como estrategia de nuestra clase para la conquista de mejoras sociales. Sin embargo también señalamos que sin un trabajo previo de profunda propagación de ideas y consolidación de estructuras organizativas para la defensa de nuestra clase, una convocatoria a huelga hecha desde las cumbres del privilegio neoliberal, no tiene cabida hoy más que en lo meramente performativo. Nuestra experiencia nos dicta que sólo el trabajo político de largo aliento podrá en algún momento favorecer las condiciones no sólo para una verdadera huelga general sino para una transformación radical de todas las estructuras sociales. Por ello, sabemos que cualquier adhesión a este tipo de convocatorias ha tenido apenas un carácter simbólico útil para asentar temas a los cuales el feminismo hegemónico ha venido dando largas. Nos referimos precisamente a temas vinculados con la estructura capitalista que impone la doble explotación para la mayoría de nosotras. El riesgo que corremos, sin embargo, es el del desgaste de los significados, un mal propio de nuestras sociedades contemporáneas. De allí que debamos permanecer alerta ante las políticas de apropiación de nuestras luchas.

Sin lugar a dudas, la comprensión del trabajo doméstico como un trabajo generador de plusvalía para el capital, debe conducirnos a la profundización de la lucha anticapitalista hermanada a una perspectiva auténticamente interseccional. Una perspectiva que pueda hacer frente a la devastación de los territorios y sus consecuentes fenómenos migratorios, al despojo de nuestros derechos sociales y recursos naturales. El movimiento de mujeres debe trascender la denuncia de los síntomas y avanzar hacia la destrucción de las bases del conflicto mayor: nuestra doble explotación. La discusión sobre el trabajo doméstico no pagado y fundado sobre la héteronorma patriarcal, debe ser el eje de nuestras demandas para que ellas no sean presa fácil de la utilización oportunista de los poderosos y sus medios de difusión y sea sí, nuestra posibilidad definitiva de sumar fuerzas con todo el movimiento anticapitalista.

Las anarquistas hemos constatado históricamente cuánto daño genera la apropiación por parte de las estructuras de poder de nuestras estrategias, discursos, símbolos y objetivos. Nos negamos a que fechas como el 8 de marzo, cargadas originalmente de todo el ímpetu libertario de nuestra clase, sea convertida en un día para el desfile de tecnócratas neoliberales y aspirantes a tecnócratas, capaces de actuar como viles policías ante las compañeras que no conciben entre sus estrategias el marchar con una corona de flores en la cabeza y una bolsa de chaya en las manos. Nos negamos a que la huelga revolucionaria sea convertida en el unicornio violeta de las estructuras institucionales. Por ello, este 8 marzo, nuestras voces alcanzaron la marcha de mujeres para decir que siempre hemos estado y que seguiremos estando y siendo las voces más incómodas porque…

NUESTRO FEMINISMO
ES CONTRA TODA EXPLOTACIÓN

viernes, 1 de junio de 2018

Mujeres de Otro Humus: Reflexiones anarcofeministas en torno a la migración


La pérdida del territorio, la defensa de los cuerpos

La consigna del progresismo reza que “todas somos migrantes”. Una falacia más dentro del cúmulo que sostiene las políticas tibias de una izquierda no sólo autoritaria sino corporativizada. No, no todas somos migrantes. Algunas personas han dejado sus lugares de origen para movilizar capitales y conquistar nuevos territorios. Otras lo han hecho para sumar otro tipo de posesiones: títulos académicos, por ejemplo. Las mueve una motivación colonialista. Otras, nosotras, hemos sido despojadas de nuestro terruño por esa motivación ajena y lo único que nos ha quedado ha sido nuestro cuerpo de mujer. Hemos debido entonces movilizarlo hacia otros lugares y poner en venta la fuerza de trabajo que él nos supone. Nosotras somos migrantes.

Lo anterior define no sólo una identidad, sino todo un entramado de relaciones sociales extremadamente complejo. Cuando una se convierte en migrante, la batalla por la defensa del cuerpo parece entonces ocupar el papel fundamental en la vida. Habrá que defender el cuerpo de los puteros masificados que conciben a la mujer migrante como un objeto de consumo, de los patrones que comprenden que tu condición migrante merece siempre un sueldo más bajo y una explotación mayor, de una sociedad racista que estigmatizará tu tono de voz, tu color de piel, la textura de tus cabellos, el tamaño de tus pechos, el ancho de tus caderas, tu cuerpo todo.

El quiebre de los afectos, la red de solidaridades

Mientras libra la batalla en humus ajeno, la mujer que ha migrado también se esfuerza por sostener a la distancia los lazos afectivos que ha dejado atrás. Entonces nos dejamos buena parte del sueldo en llamadas de larga distancia, en remesas familiares que sirvan de sostén al hogar primero. Pero ya bien canta aquel clásico de los años 70, la distancia es como el viento y apaga el fuego pequeño. Y lo cierto es que muy pequeño fuego ha de quedar para relaciones sostenidas únicamente sobre la base material de las remesas. Casi todas acaban en catástrofes familiares: ¿Cuánto vas a enviar este mes?, ¿Por qué no has enviado aún?, ¡Debes enviar cuanto antes!

Es por ello que a toda inmigrante urge construir una nueva red de solidaridades. Muchas logran encontrarla más inmediatamente en las iglesias, hay que admitirlo siquiera con vergüenza. Esa institución anquilosada y plagada de mitos e hipocresías, sigue disputándonos efectivamente la construcción de espacios de apoyo. Las personas que a ella acuden se comparten datos de empleo, de arriendo, se juntan a conversar sobre sus situaciones, construyen las relaciones que muchas veces no está dispuesto a construir el nacional con el migrante, ni siquiera en los más politizados espacios antiautoritarios.

Las iglesias también ofrecen algo fundamental para cualquier migrante sin techo: las casas de acogida transitoria. Por supuesto que son lugares en donde impera la lógica paternalista y asistencialista. Pero de seguro que si eres mujer migrante y el hombre que te arrendaba un cuarto ha intentado abusar de ti y luego te ha echado a la calle, seas creyente o convencida atea, agradecerías infinitamente el abrazo asistencial de una monja.

Otros espacios de confluencia y apoyo entre inmigrantes son los sostenidos sobre la base de iniciativas culturales. Los grupos de danzas folklóricas logran constituirse como un espacio de comunión entre personas casi siempre de un mismo gentilicio. El esfuerzo por aferrarse a las raíces, que bien puede estar acompañado de otras insanas dosis de patriotismos, los integra en la voluntad por mostrar las propias tradiciones y defenderlas de la distancia y el olvido para legarlas a los hijos nacidos fuera del terruño. En ese esfuerzo confluyen diálogos de resistencia.

Otras efectivas redes de apoyo mutuo han comenzado a surgir entre mujeres inmigrantes. Se trata de espacios separados en donde se pretende integrar una perspectiva feminista a la vez que procurar la formación y el activismo de las integrantes. Si bien estas organizaciones no cuentan hoy con la fortaleza política suficiente para autogestionar espacios físicos que puedan ser de utilidad a toda la comunidad migrante, es probable que su desarrollo al margen de la institucionalidad sí pueda garantizarlo a futuro. Las amenazas a este desarrollo son exactamente las mismas que pesan sobre todo el movimiento popular: que a través de la corporativización, puedan quebrarse voluntades críticas y transformadoras.

Resulta entonces indispensable que el movimiento anarquista, si pretende sostener para con la comunidad migrante sus principios de solidaridad y apoyo mutuo, se libre a sí mismo de la parálisis impuesta por el neoliberalismo, así como de los vicios antisociales que lo colocan al margen de nosotras, sintiéndose a veces una élite de razón casta y pura, en ocasiones liberada del trabajo asalariado (que jamás del sistema salarial), otras veces sumida en el consumo contracultural, pretendidamente en la cúspide de una idea que al resto de las trabajadoras nos exige esfuerzos supremos para forjar organización y lucha, a la vez que sostener dos hogares. Y es que no serán los espacios antiautoritarios un lugar en el que las mujeres migrantes encontremos redes de solidaridades, si no impera en ellos una perspectiva interseccional que permita la comprensión de nuestras distintas realidades y que las asuma como parte de sí para poder constituirse en fuerza de resistencia anticapitalista.

Los cuidados en crisis, la buena inmigrante

El hogar que una mujer deja atrás para migrar, debe reconstruirse a sí mismo. Los roles de cuidado que esa mujer asumía serán realizados ahora por otra mujer de la familia, pues pocas veces un varón habrá de romper el mandato patriarcal para cuidar a los abuelos, criar a las niñas, dedicar una jornada adicional a las tareas del hogar. En esa reacomodación de la economía del hogar también se fracturan relaciones afectivas, es lo normal. La sensación de abandono que invade a quienes exigían esos cuidados, no se eliminará a fin de mes con el cobro de la remesa. En aquel hogar, es probable que la mujer migrante se constituya para siempre en una “mala madre”.

Pero la mujer que ha migrado no dejará entonces de ejecutar los roles de cuidado que la sociedad le ha encomendado por el sencillo hecho de haberla definido como mujer. Corresponde a la mujer migrante cuidar a los abuelos que otro Estado arrojó a la miseria, criar a las niñas que el sistema salarial separó de sus mamás, preparar las comidas y sacudir las camas de los jóvenes estudiantes y/o liberados del trabajo asalariado, entre otras tareas de producción y reproducción. Son esas las “buenas inmigrantes” que celebran progres y no tan progres. Las que cocinan rico, las que sonríen a pesar del cansancio, las que sirven la mesa, destapan la cerveza, las que sirven.

Ante este panorama, el feminismo autónomo ha logrado sentar la discusión en torno al trabajo doméstico. Y es probable que esa discusión abra paso para que en un futuro estos roles tan importantes para la sociedad pero tan desacreditados por el sistema capitalista patriarcal, puedan ser redefinidos y asumidos colectivamente. Sólo entonces dejarán de ser el yugo de las mujeres.

Las políticas de género, la organización feminista

Por su parte, los Estados nacionales pretenden ponerse a tono configurando lineamientos con lo que denominan “perspectiva de género”. Se ofertan mil y un cursos para que los funcionarios adquieran esta cuasi mágica fórmula con la cual aspiran no sólo nutrir sus hojas de vida e ingresos salariales, sino la capacidad para intervenir en el desarrollo de políticas públicas que se muestren como progresistas en materia de derechos para las mujeres. Así, hemos sido testigos de cómo esos mismos policías capaces de perseguir, golpear y despojar a las mujeres mapuches e inmigrantes de su mercancía para la venta callejera, luego acuden con uniforme planchado a los cursos de capacitación de un tal Observatorio Contra el Acoso Callejero. Es atendiendo a esta política del “cumplo y miento” que surgen leyes como la del aborto en tres causales, tan débil en su concepción, que mutó adefesio con el cambio de mando presidencial, una burla a las aspiraciones del movimiento de mujeres, pero una lección enorme para todas las que pudieron creer que las leyes pueden forjar derechos y que podemos ahorrarnos el trabajo de tomarlos por cuenta propia.

Son estas mismas “políticas de género” las que penalizan el acoso callejero con leyes y ordenanzas municipales, dirigiendo su especial atención contra los obreros de la construcción, estigmatizándolos como responsables de las agresiones machistas contra las mujeres transeúntes e invisibilizando el acoso sexual que se despliega dentro de las oficinas de Recoleta y Las Condes, donde más de un jefe, gerente, director, ha hecho y sigue haciendo de las suyas humillando y sometiendo los cuerpos de las mujeres trabajadoras.

Sin duda alguna, esas “políticas de género” no responden a las demandas más urgentes del movimiento feminista, mucho menos de las mujeres migrantes. Responden a los intereses de la misma clase política empeñada en ofrecer máscaras y migajas para sostener el estado de cosas. Nos corresponde a nosotras, migrantes, feministas, mujeres anarquistas, no sólo develar esa verdad sino trabajar incansablemente por consolidar una organización autónoma lo suficientemente sólida como para hacer frente a las campañas estatales que caricaturizan nuestras demandas y a su vez accionar sin dobleces ante las amenazas que pesan sobre nuestra existencia. Por sobre el acoso callejero, expresión apenas de lo que venimos denunciando, nos interesa combatir la violencia machista. Y para combatir esa violencia no bastará con ordenanzas ni cartelitos en la entrada de las construcciones, para ello deberemos avanzar en transformar radicalmente la sociedad, abrazar sin descanso los principios de una sociedad si jerarquías que procure la más plena y auténtica igualdad social. Resulta entonces indispensable para el movimiento feminista en general, deslastrarse de todo vicio burgués y dejar de atender a la línea política que dictan los gobiernos y las ONG empeñados en exprimir a las más precarizadas. De no hacerlo, sin dudas se constituirá en un obstáculo más para las mujeres migrantes, trabajadoras, que no anhelamos cuotas de participación en la sociedad capitalista patriarcal, sino que su destrucción total y definitiva.

Migrar alimenta al capital, sembremos resistencia

Las migrantes somos consecuencia de los reacomodos capitalistas. Nos vimos obligadas a salir de un territorio que ya no podía garantizarnos subsistencia y nos hicimos mano de obra aún más barata en otro espacio de la geografía. Las implicaciones económicas de esa realidad son complejas tanto para nosotras como para las trabajadoras que ya habitaban el territorio que nos recibe. Cotizamos a las AFP lo mismo que cualquier trabajadora, aunque es probable que muchas de nosotras no obtengamos jamás una pensión y ese dinero sólo haya servido para nutrir las mesas de los grandes capitalistas.  Al mismo tiempo muchas de nosotras sostenemos la economía doméstica de la abuela de la pobla que nos arrienda una habitación porque no le alcanza sólo con su pensión. Y es más que probable que también ella reciba nuestros cuidados, la amorosa expresión del trabajo no pagado.

No escogimos libremente esta situación y muchas de nosotras nos encontramos hoy aisladas y sumidas en una cruel dinámica de sobreexplotación para poder subsistir y a la vez servir de sostén a nuestras familias en otras regiones. Somos muy pocas las que logramos escapar de esa norma y sumarnos activamente en la organización y transformación social. Ya hemos sido despojadas una vez y debemos crecernos en resistencia para defender con mayor fuerza este territorio que empezamos a construir en nuevo humus. Nuestras opciones de resistencia como colectivo inmigrante dependen de esa fortaleza y en alguna medida de cuán convocadas y acogidas seamos por la clase trabajadora organizada de la región. Al margen de nacionalismos, las trabajadoras debemos confluir en organización horizontal para la lucha contra la patronal, el Estado, el capitalismo y la cultura patriarcal de las instituciones que forjan machismo en nuestras sociedades. Sólo así podremos sentirnos seguras de avanzar certeramente hacia un destino auténticamente liberador. De la voluntad para construir ese destino, no podrán despojarnos nunca.

viernes, 20 de abril de 2018

Mujeres Migrantes: Organizadas en Feminismo Autónomo e Interseccional



Los procesos de desterritorialización se agudizan cuando el capitalismo desespera por generar nuevas formas de acumulación. Las tensiones políticas dentro y fuera de los límites de los Estados-naciones pueden ser un termómetro de ese proceso, pero la consecuencia más dramática se materializa en el desplazamiento de las comunidades hacia otras geografías en donde estas puedan garantizar su existencia. Este desplazamiento implica, para quienes asumimos la identidad migrante, una serie de condicionamientos jurídicos y sociales que resultan altamente opresivos.  Pero la sobreexplotación que los Estados imponen sobre los cuerpos migrantes cobra especial crueldad cuando se trata de cuerpos constituidos políticamente como femeninos.

Las mujeres que migramos para hallar territorios que nos permitan la subsistencia, lo hacemos muchas veces dejando hogares que tendrán que reformular sus relaciones. Los niños y ancianos que exigían nuestros cuidados tendrán que recibirlos ya de alguna otra mujer (hermana, prima) o quedarán a la deriva, pues ese rol muy pocas veces será asumido por un varón de la familia. Este proceso de reacomodación es lo que en economía feminista se ha denominado como crisis de los cuidados. Nosotras, por nuestra parte, deberemos hacer frente a nuevos conflictos. Los rasgos que antes no representaban mayor disputa en nuestros lugares de origen, ahora serán evidencia de una incómoda diferencia: nuestro tono de voz, nuestro color de piel, la textura de nuestros cabellos, nuestros rasgos faciales, volumen corporal, forma de vestir, gentilicio, etc.

Adicionalmente, el sistema cultural patriarcal, imperante en nuestras sociedades actuales, supone otras cadenas a nuestros cuerpos. Una mujer migrante es objeto de consumo para el capital y también para el macho masificado. El cuerpo de una mujer migrante se considera mercancía también para los puteros construidos por el sistema económico imperante. Por ello, las primeras ofertas de “trabajo” que se nos colocarán en frente serán las de puta, sea atendiendo una barra en minifaldas, bailando y desvistiéndonos en locales nocturnos o poniendo las piernas para que algún varón disfrute su “café”. Se acercarán varones ofreciendo un techo, alimentos, estabilidad, seguridad, protección, a cambio de nuestro cuerpo siempre disponible para su goce. Otros no elevarán ese paternalismo nefasto sino que se mostrarán meros depredadores, intentando servirse de nuestros cuerpos porque se sienten con el pleno derecho a hacerlo, porque cómo se nos ocurrió abandonar nuestra zona de seguridad, será que algo andamos buscando y la que busca, encuentra, ¿no?

Para las migrantes negras la explotación se multiplica más aún. Además de que sus cuerpos son empleados para la generación de plusvalía, además de que son hipersexualizados por el patriarcado imperante, además de ello, son más fácilmente desdeñados porque son cuerpos negros. El racismo estructural se materializa cotidianamente en la vida de una mujer negra migrante, desde que sube al transporte público para ir al lugar en el que le roban la vida, hasta que vuelve a su hogar empobrecido y marginal en el que la espera un hombre que canalizará en ella toda la violencia que también sobre él deposita el sistema.

Hoy muchas mujeres venezolanas hemos sido desplazadas por un reacomodo capitalista materializado en un conflicto político, económico y social que nos empujó a migrar. Muchas de nosotras llegamos a Chile sin apoyo alguno y a veces con la carga de los hijos, confiando en que el camino nos procuraría una nueva red de solidaridades, posibilidades de subsistencia y mejoras a nuestra calidad de vida, golpeada brutalmente por la lógica de la política patriarcal militarista. Atrás dejamos un país sumido en la más profunda crisis que haya conocido su historia y dejamos también nuestra entrañable geografía y nuestros más auténticos afectos. Desterritorializadas y solas, en una ciudad que nos ha recibido con el mote de “venesueltas” y que mira en nuestros cuerpos un objeto de disfrute y asume como “ligera y fácil” el menor gesto de nuestra cortesía, observamos impávidas cómo los medios de comunicación chilenos alientan ese prejuicio cosificador en una sociedad evidentemente racista. Las más vulnerables entre nosotras debemos lidiar con las consecuencias materiales de esa política.

El día 4 de noviembre de 2017, una joven mujer venezolana fue asesinada por su pareja en un departamento arrendado en la ciudad de Santiago. En una urbe plagada de edificios de paredes tan frágiles que se escucha hasta la respiración de tu vecina, ningún vecino fue capaz de alertar sobre el conflicto que se desarrollaba en el departamento en el que un femicida asentó sus puñaladas sobre el cuerpo de Susjes Mesías. Transcurrió apenas una semana cuando nos alcanzó la noticia de la violación de otra joven trabajadora venezolana que debió recibir en su cuerpo la violencia materializada de una estructura social podrida que mira en las mujeres migrantes, objetos de consumo y desecho. Esta mujer fue violada, quemada con aceite caliente y encerrada por un hombre que la hostigaba en su lugar de trabajo. Son realidades que nos alcanzan y con las que debemos lidiar cuando los Estados nos colocan en situación de mayor vulnerabilidad.

La violencia machista y racista de la sociedad chilena cobró su mayor expresión en agosto de 2017 con el asesinato por parte del Estado de Joane Florvil, quien fue apresada y separada de su bebé acusada de abandono en un contexto en el que ella era víctima de un robo y su no dominio del idioma español fue la excusa perfecta para que las fuerzas represivas hicieran de ella una cifra más en las estadísticas de migrantes muertas en Chile. Este vergonzoso episodio pocas o ningunas palabras mereció de un movimiento feminista corporativizado, capaz de colmar La Alameda cuando un músico famoso golpea a una muchacha de la clase media acomodada, pero incapaz de pronunciarse contra los asesinatos de nosotras, las mujeres pobres, migrantes, negras. La sonrisa de Joane podrá ser pintada en mil paredes para alivianar las culpas de esta sociedad racista, pero la rabia de las mujeres migrantes que aún lidiamos con esta realidad, esa no podrán maquillarla.

Hemos debido renunciar a un territorio devastado por la violencia y nos negamos a continuar padeciéndola en la sociedad chilena. Es por eso que la invitación que mejor podemos formular es a fortalecer las organizaciones de mujeres abrazadas a un feminismo interseccional y autónomo, consolidar redes de apoyo mutuo que nos permitan a las migrantes una existencia digna en estos territorios que también deberemos defender en el marco del contexto capitalista actual y que además nos permitan ponernos a salvo de la violencia machista y racista que hoy nos amenaza.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Mujer haitiana es asesinada por el Estado chileno




Joane Florvil era una joven mujer haitiana de 28 años residenciada en Santiago. De acuerdo a versiones compartidas por la comunidad haitiana en Chile, el día 30 de agosto ella acudió con su bebé de dos meses y conducida por un hombre chileno aún no identificado, a las Oficinas de Protección de Derechos de la Infancia, en la comuna de Lo Prado, para solicitar una cooperación ante su difícil situación de desempleo. Estando ya en el antejardín de las oficinas, el hombre que la había conducido hasta allí se retira portando el bolso de la mujer, bolso que contenía todos los documentos que para cualquier persona en condición migrante constituyen “su vida”. Joane dejó a su bebé dentro del cochecito, apostado frente a estas oficinas, y salió detrás del hombre para tratar de recuperar sus documentos. No obstante, sucedió que las personas de esas oficinas, al ver al bebé, no pensaron sino que era víctima de abandono por parte de su madre y llamaron a Carabineros para denunciar a esta mujer. Joane no habló jamás castellano y quienes la acusaron de abandono no se ocuparon en buscar a alguien que pudiera fungir de intérprete para escuchar primero la versión de esta mujer, que apareció ante las cámaras esposada, bañada en lágrimas, abrazada por una angustia infernal.

Joane fue secuestrada por el Estado y separada de su bebé, que a su vez fue recluido en dependencias del Sename, institución tristemente célebre por su trato abusivo contra la infancia. Según la versión policial, dentro de la celda en que recluyeron a Joane, la angustia ocupó tanto espacio que ella comenzó a dar de cabezazos a las paredes. Con tal fuerza, que se produjo lesiones graves. Fue trasladada a la Posta Central donde falleció el día de hoy, 30 de septiembre.

Wilfrid, el marido de Joane y padre del bebé que continúa secuestrado, hoy exige verdadera justicia. El racismo que se impuso entre quienes acusaron a Joane de abandonar a su bebé y el de las instituciones del Estado chileno, fue el causante de la muerte de esta joven mujer migrante y el causante además de que un bebé hoy no cuente con el amor y sostén de sus padres, sino que haya sido recluido en un lugar lúgubre como el responsable de la muerte de tantos niños pobres de la sociedad chilena. Criminalizaron y asesinaron a una mujer por ser negra, migrante, pobre y haitiana. ¿Puede haber expresión mayor del racismo institucional chileno?

La agresividad que cada día evidencia la sociedad chilena contra los migrantes negros es enorme. No gusta a los dueños del Mall Vivo Los Trapenses que los negros que construyen sus edificios, limpian sus pisos y cargan la basura de sus ferias de comida chatarra, conversen a plena luz del sol en los jardines del lugar sólo destinado al goce y consumo de las clases pudientes de Chile. Y hasta el pequeño burgués de la verdulería prefiere al negro cargando y descargando que atendiendo al público y en contacto con las monedas de su caja.

Lamentamos el asesinato de Joane. Lamentamos que nuestros hermanos haitianos hoy tengan que lidiar con las cadenas que impone el capitalismo a estas tierras indoamericanas.

El llamado es a fortalecer la organización de la comunidad inmigrante sin distingo de gentilicios. La comunidad haitiana debe fortalecerse en apoyo mutuo con la comunidad inmigrante en general y todos debemos asumir el compromiso por servir de apoyo a quienes se ven obligados a migrar como consecuencia de la desterritorialización que nos imponen los Estados y el capitalismo.

APOYO MUTUO Y SOLIDARIDAD ENTRE LOS PUEBLOS
POR UN MUNDO SIN FRONTERAS

lunes, 24 de noviembre de 2014

Acoso callejero y Estado policial



La masa enardecida en hora pico me arrastró hasta el fondo del vagón. Cuando el tren emprendió su marcha y hube logrado hacerme de un espacio propicio, saqué mi libro y continué la lectura. Dejé de atender agudamente al texto para fijarme que el roce que sentía contra mis nalgas fuese sólo el del bolso de algún pasajero, de algún igual. No vi bolsos, pero tampoco actitudes sospechosas en los hombres que viajaban a mis espaldas, así que traté de retomar la lectura. No obstante, el roce continuó pasados unos minutos y esta vez lo dejé avanzar para corroborar mis sospechas. La mano se coló hasta rozar mi vulva y fue entonces cuando me volteé ya segura de la agresión y golpeé la espalda del infame, le arranqué los audífonos con los que fingía abstraerse de su entorno, lo insulté y le deseé una muerte violenta. Aunque grité para todo el vagón el porqué de mi arrebato, nadie se solidarizó conmigo. Todos me miraron como si yo fuese una desequilibrada y aquel hombre, la víctima indefensa de una loquita violenta.

Ese día lloré hasta llegar a la oficina en la que trabajaba. Cuando comenté lo que me había ocurrido recibí comentarios que iban desde “es lo normal, nos pasa a todas” a “eso te pasa por andar tan bonita”. Entonces sentí que el ultraje era continuado, que la agresión no paraba allí, porque resulta sumamente violento no encontrar solidaridad por parte de tus pares sino esa increíble tendencia a naturalizar las agresiones machistas o a considerarlas consecuencia de una provocación que causas por el simple hecho de ser mujer o tener determinados rasgos físicos o vestirte de cierto modo. No podía ser de otra manera, yo trabajaba en una oficina donde las agresiones machistas eran el pan de cada día porque la estructura organizativa y jerárquica estaba minada de vicios patriarcales. Llegado a ese punto, yo no sólo había sufrido “acoso callejero” sino algo mucho más complejo: yo había sido víctima de la violencia machista. Una violencia machista que ejerció no sólo el hombre que metió su mano entre mis piernas sino que ejercieron todos los pasajeros del vagón que optaron por desatender mi reclamo y mirarme con desprecio. Violencia machista que también ejercieron mis compañeras de la oficina al naturalizar aquel evento o al culpabilizarme por él. Queda perfectamente claro que a las mujeres jamás nos alcanzará con elevar consignas contra el llamado “acoso callejero” si no damos la pelea por desmontar toda una estructura de violencia patriarcal.

Pero, ¿cuál es la primera imagen que se viene a nuestras mentes cuando escuchamos la frase “acoso callejero”? Lo más seguro es que nuestro imaginario se colme de agresiones verbales a mujeres transeúntes por parte de los trabajadores de la construcción o, efectivamente, tocamientos no autorizados entre usuarios del transporte público. Lo cierto es que las consignas contra el acoso callejero casi siempre dejan de lado un análisis estructural de la violencia y se limitan a una perspectiva altamente clasista en donde el machismo del obrero, del trabajador que usa el metro, es el único que hay que combatir. Nada se dice del machismo institucional, del machismo que ejercen funcionarios, patrones, gerentes, militares. Sobre ese jefe de oficina que recluta mujeres jóvenes para manipularlas emocional y psicológicamente, llevarlas a su cama y hacerlas luego cómplices de actos de corrupción, nada se dirá en las protestas contra el acoso callejero. Las consignas contra el acoso callejero dejan de lado el necesario cuestionamiento sobre la violencia a la que son sometidas muchas mujeres trabajadoras, deja de lado la violencia sexista que afecta a la infancia, a la lesbiana por ser lesbiana, al gay por ser gay, al transexual por ser transexual. Reducir la lucha contra la violencia machista a la batalla contra el acoso callejero es un acto profundamente clasista que termina por desvirtuar la imagen del verdadero objetivo a destruir, que no es otro que el sistema capitalista patriarcal.

Los prejuicios clasistas que soportan muchas de las campañas contra el acoso callejero también permiten que surjan publicidades como la titulada “Hungry Builders” de Snickers, que básicamente asocia el comportamiento machista con el hambre de los trabajadores. O los “experimentos sociales” en los que una mujer “se disfraza de obrero” para piropear a hombres transeúntes. ¿Podemos las feministas libertarias ser partidarias de este tipo de razonamientos? Honestamente, no lo creo. Los prejuicios clasistas también dan pie al surgimiento de iniciativas como las de los vagones sólo para mujeres, que representan la certeza de que la convivencia popular en respeto es imposible y por tanto toca separarnos en el orden binario que impone la misma sociedad héteropatriarcal y capitalista que soporta la violencia que padecemos. Los prejuicios clasistas también permiten la policialización de los sistemas de transporte público, como es el caso del Transmilenio de Bogotá, en el que mujeres policías vestidas de civil asumen que “la idea es ser una tentación” para poder identificar, individualizar y judicializar a posibles agresores sexuales. ¿Acaso las mujeres debemos esperar que las fuerzas represivas de los Estados, instituciones inherentemente patriarcales, sean las que nos defiendan de agresiones machistas? ¿Esta lógica policial es coherente con las luchas que las mujeres elevamos desde una perspectiva feminista o será el acoso sexual callejero la excusa con la que los Estados pretenden agudizar sus mecanismos de control e intimidación contra la población y la clase trabajadora en especial (que es la que mayoritariamente usa el servicio de transporte público)?

Que nuestras consignas contra el acoso callejero estén siendo empleadas por los Estados para consolidar mecanismos represivos debería llamarnos a la revisión, pues resulta por lo menos sospechoso que de repente se destinen cuantiosas sumas de dinero para “combatir el acoso callejero”. ¿Quién determinó que las prioridades de las mujeres eran justamente esas? En el contexto latinoamericano las llamadas leyes “antiterroristas”, requisitos del FMI y el BM para garantizar confianza entre las burguesías, están sirviendo para avalar montajes contra luchadores sociales y criminalizar cualquier tipo de protesta. Incluso en países como Venezuela, en donde hay un gobierno que se dice socialista y que en algún momento gozó de un considerable apoyo popular, esta legislación fue aprobada y ha servido al gobierno para criminalizar las huelgas obreras, promover la infiltración de “informantes anónimos” y convalidar montajes judiciales. En Venezuela hay más de dos mil quinientos dirigentes campesinos, trabajadores, activistas comunitarios y luchadores judicializados gracias a esta ley. Las feministas latinoamericanas no podemos darnos el lujo de desatender esta realidad y avalar campañas o iniciativas que con la excusa de combatir el acoso callejero puedan servir para criminalizar a la clase trabajadora. Por eso es preocupante que en Chile, la directora ejecutiva del Observatorio contra el Acoso Callejero, María Francisca Valenzuela, se pronuncie en favor de las “brigadas anti-manoseos” de Transmilenio-Bogotá y sugiera que “claramente debería ser considerada por las autoridades del país” (1). ¿Acaso esta funcionaria desconoce todas las denuncias que han hecho las mujeres de su país contra las agresiones sexuales que han recibido por parte de Carabineros de Chile en el marco de protestas sociales? (2) Parece increíble que se pueda dar la espalda a la realidad en nombre de una campaña financiada por la ONU y la UE. ¿Increíble? Qué va… de lo que se trata es de mantener las subvenciones y los convenios empresariales, por supuesto.

Y de hecho, más recientemente la OCAC Chile se ha colocado sobre la palestra pública no sólo con la participación directa en la redacción de proyectos legislativos, sino en campañas que incentivan el consumo de los servicios prestados por empresas privadas que dicen estar al servicio de la lucha antipatriarcal otorgando a las mujeres “respeto y seguridad”. (3) Y así, al tiempo en que engorda la columna de ingresos de SaferTaxi, la OCAC garantiza su participación en la consolidación del Estado policial al dictar formación a las fuerzas represivas. En este sentido, el mismo carabinero que persigue a las mujeres inmigrantes que se buscan la vida en la calle vendiendo ensaladas, tejidos o sopaipillas… el mismo que otorga palizas bestiales a los hombres inmigrantes de la clase trabajadora cuando el color que llevan en la piel es demasiado oscuro para el sentido estético que legó el Pinochetismo… ese mismo carabinero podrá decirse al servicio del feminismo OCAC. (4)

Todas estas campañas promovidas por la institucionalidad burguesa se sustentan sobre la idea de que la mujer es un ser vulnerable y pasivo que demanda la protección de las fuerzas represivas del Estado. Por ello son funcionales al sistema capitalista y patriarcal y por ello debemos hacerles frente con ojo crítico y desmontar toda la carga opresiva que suelen traer consigo.

Lo que trato de acotar en estas líneas es que el tema de las agresiones machistas no debe dejar de lado una perspectiva de clase que nos permita profundizar en mecanismos de combate mucho más efectivos. Corresponde entonces cuestionar desde la raíz. Y la raíz siempre nos conmina a empinar el tallo. Somos las mujeres las que debemos garantizar nuestra propia defensa, nada debemos esperar de las instituciones represivas.

Las mujeres debemos tomar consciencia de nosotras y para nosotras. Cuando el cuerpo de una mujer es expuesto por vallas publicitarias bajo cánones sexistas, las expuestas somos todas. Cuando el cuerpo de una mujer es comprado para satisfacer apetencias sexuales, las compradas somos todas. Cuando el cuerpo de una mujer es violentado por el simple hecho de ser un cuerpo de mujer y ocupar un espacio público, las violentadas somos todas. Por ello, uno de los mecanismos colectivos de defensa que debemos comenzar a desarrollar tiene que ser bajo esta certeza. En la medida en que seamos solidarias las unas con las otras, que salgamos en defensa de la mujer que también somos, en esa medida iremos construyendo sólidas formas de resistencia ante el sistema héteropatriarcal. Que ninguna mujer naturalice la violencia contra otra mujer, que ninguna culpe a otra de portar “tentaciones” en su cuerpo. Ya basta de multiplicar el machismo estructural y ocupemos los espacios públicos con la determinación de la defensa.

Una disposición individual y colectiva para la defensa ante las agresiones machistas en todos los ámbitos del quehacer social tendría que garantizar el desarrollo de estrategias para la autodefensa. Confrontar al acosador es necesario. Sea el obrero de la construcción o el gerente patrón, ese hombre deberá recibir la solidez de nuestras miradas y la altivez de nuestras voces sin miedo. Deberá escucharnos decir en alta voz que su opinión sobre nuestros cuerpos no nos interesa, que sus actos han vulnerado nuestros espacios y que deberá crecerse en autocontrol si querrá convivir en sociedad. El machista ha sido educado para concebir a la mujer como un cuerpo que pasa. Y nuestro silencio evasivo no ayuda. Así que lo mejor será detenernos y hacernos escuchar. Las feministas no queremos “brigadas anti-manoseos”, pero estamos dispuestas a ser pandilla justiciera. Exigimos respeto y lo forjaremos por cuenta propia.



Notas




sábado, 12 de abril de 2014

El Manual Introductorio a la Ginecología Natural y su aporte a una Educación Sexual Autónoma



Pabla Pérez San Martín, joven mujer habitante de la región chilena, comenzó su labor hace siete años y partiendo de su experiencia y necesidades inmediatas. Se observó, indagó y tomó decisiones en función de recuperar la autonomía sobre su salud sexual. En ese camino se creció como investigadora y educadora de sí y de (nos)otras y logró sistematizar todo ese proceso en un libro que hoy se presenta bajo el título de Manual Introductorio a la Ginecología Natural. Que el instinto de Pabla asumiera un claro enfoque inductivo en la investigación, se complementó con el hecho de que ésta se desarrollase también de forma independiente, que no mediaran contra ella las camisas de fuerza que suele colocar la academia. Esto constituyó una garantía del compromiso de la autora para con su forma de construir el conocimiento que hoy nos comparte. Al reconocer eso, también nos corresponde dar cabida a un respeto profundo por el trabajo de esta compañera. Y casi siempre es así -no por vocaciones meritocráticas alternativas- sino precisamente porque este trabajo de Pabla logra conmover las fibras de nuestra experiencia personal:

Cursando yo el segundo año de secundaria, durante las clases de Educación para la Salud, mi profesor manifestó sentir asco por el tema de estudio que nos correspondía entonces (Método de Billings). Y como un nutrido grupo de estudiantes le acompañaran en su desagrado e incomodidad, el docente dio ‘materia vista’ y saltó hacia el siguiente contenido del programa de estudios. Recuerdo que en aquel momento uno de mis compañeros se dirigió especialmente a mí y a la compañerita a mi lado, e hizo un comentario soez en relación con nuestro flujo vaginal. Yo guardé silencio ante la agresión del docente, guardé silencio ante la agresión de mi compañero y a esos dos silencios sumé la vergüenza. Ambos agravios, ocurridos en un mismo día, marcaron durante mucho tiempo mi relación con mi cuerpo y sus procesos.

Fue a mis veinticinco años e interesada por vivir un consumo más responsable, que topé con las toallitas de tela como opción reutilizable de bajo impacto ambiental. Los cambios físicos y psicológicos que se sucedieron en mí tras esa experiencia de menstruar sobre tela, fueron tan conmovedores que decidí dedicarme a la confección y promoción de estas alternativas. Fue mientras hacía esto que se acercó Pabla a mis días.

En el marco de la 4ta Conferencia Internacional de Partería en Córdoba, Argentina, Pabla me obsequió su presencia en mi hogar. En esos momentos de compartir, ella puso en mis manos su libro. Me emocionó entonces incluso las texturas de aquella obra. Esa edición artesanal, autogestionada, imperfecta, me pareció simplemente hermosa. Me dediqué durante las horas siguientes a leer aquel libro. No lo hice con los afanes correctores de la docente-editora que puedo ser sino con la curiosidad maravillada de la niña a la que siempre se le negó la educación sexual. Fue sin dudas una lectura que activó experiencias previas, que me hizo cuestionar la formación recibida en mi hogar, en mi escuela, e incluso la forma en que asumía mi sexualidad en el marco de una vida en pareja que entonces experimentaba. Fueron horas de fortísimas y dolorosas reflexiones. A la mañana siguiente le dije a Pabla que aquel trabajo me había resultado admirable y ella ni sonrió siquiera, me miró incrédula y agradeció que si tenía correcciones, se las hiciera notar para sumarlas a una siguiente edición. Esa incredulidad de Pabla fue para mí respaldo de su labor verdaderamente comprometida con la profundización del estudio. Nada susceptible al halago, a las rendiciones del ego escritural, Pabla es una investigadora en el mayor sentido de la palabra.

El Manual Introductorio a la Ginecología Natural es un documento de enorme valía entre quienes sentimos la necesidad de superar los obstáculos que nos ha impuesto nuestra punitiva socialización y recuperar los conocimientos ancestrales que la vida occidental, urbana, nos ha arrebatado. No se trata, en absoluto, de que el libro otorgue todas las razones, todas las soluciones, no. El libro que Pabla nos ofrenda es apenas una amena invitación que logra movilizar todos nuestros esquemas, nos permite poner en duda nuestra formación y avanzar hacia un proceso de recuperación de nuestra salud y autonomía. Es, a su vez, un libro de consulta permanente que siempre nos llama para buscar entre sus páginas alguna receta para nuestra hermana, amiga, prima, conocida. Nos invita, constantemente, a socializarlo. Se reconoce parte de los fuegos que nos robaron, hojas que intentan devolvernos el corazón materno que nos arrancaron.

Son cuatro los pilares que -desde mi punto de vista- sostienen este libro maravilloso: El reconocimiento de la opresión patriarcal-capitalista sobre los cuerpos y la salud de las mujeres; la compresión del valor de una sana alimentación; el registro de la importancia de recuperar el conocimiento sobre nuestros cuerpos-procesos y las plantas medicinales; así como el respeto por la madre Tierra.

Según la autora de este Manual Introductorio a la Ginecología Natural, “cultural y genéricamente [las mujeres] hemos sido la negación y al mismo tiempo el miedo de una sociedad patriarcal-falocéntrica, que nos ha visto como un enemigo insurgente…” Esta afirmación posee asidero en una historia que también nos ha sido negada. Es la historia de una era matriarcal que fue arrasada por la emergencia de religiones patriarcales. Los símbolos que enaltecían el poder creador-transformador de las mujeres fueron condenados al olvido, criminalizados en su mínimo asomo. De la criminalización surge el miedo y por ello, cada iniciativa que tomemos por recuperar lo perdido (la lucha por la despenalización del aborto, por el poder decidir cómo, cuándo, dónde y con quién-es parir), tendrá que enfrentarse a los poderes de la Iglesia, de los Estados y del Mercado. Comprender esto es vital para, al decir de Pabla, “unirnos, desearnos y querernos como serpientes, como úteros que palpitan al sonido de la rebelión del gigante dragón que arrasará con este horrible sistema capitalista y patriarcal.”

También será entonces necesario hacernos cargo de lo que consumimos. Forjar una comprensión de nuestras necesidades más básicas: aire puro, agua cristalina, y alimentos libres de tóxicos. Comprender esto es una tarea urgente si de verdad deseamos construir nuestra autonomía desde los actos cotidianos. En este sentido, Pabla nos ratifica que somos lo que comemos y bajo ese criterio sugiere un consumo saludable, rico en vitaminas y minerales, libre de cafeína, nicotina, alcohol y azúcar refinado. Cuando asumimos que “lo natural es mejor”, corresponde ejercer ese criterio con la mayor prestancia posible.

Por otra parte, el estudio de nuestros cuerpos y sus procesos, en pro de que el conocimiento acumulado se desprenda de todas las falacias patriarcales, también viene a ser parte ineludible de un proceso de recuperación de la sabiduría ancestral arrebatada. Por eso Pabla nos invita desde las páginas de su libro a, primeramente, autoexplorarnos, hurgar nuestro cuerpo, saborearlo, olerlo y aprender a reconocerlo. Se trata, en este sentido, de aceptar que ese cuerpo que habitamos es también un territorio de lucha en el que debemos dar la pelea por merecernos. Se impone de este modo una reinterpretación de procesos como la menstruación, la menopausia, el parto y el aborto. También se incluye un estudio en torno al útero, cómo recuperar la sensibilidad en él y cómo tratar ciertas molestias que le aquejan. No podría faltar, por supuesto, un apartado en relación con la fertilidad y los métodos naturales para la anticoncepción, el placer y el tratamiento las enfermedades de transmisión sexual.

Finalmente, el libro de Pabla incluye un breve herbolario cuya introducción nos remite a una serie de sugerencias que nacen de una vinculación armoniosa con la naturaleza. Nos invita, entre otras cosas, a construir nuestro propio huerto de plantas medicinales y a informarnos sobre cada una de las plantas, su siembra, cultivo, recolección, propiedades y formas de uso.

Hasta aquí, el trabajo de investigación que contiene el Manual Introductorio a la Ginecología Natural se presenta como un valioso aporte a la construcción de un nuevo enfoque de la sexualidad femenina, un enfoque desprendido de la patologización y medicalización propias de la industria farmacéutica que financia y orienta la formación de los médicos con los que hoy contamos. Este trabajo, estamos seguras, continuará profundizándose no sólo gracias a la voluntad de su autora sino al intercambio nutritivo que ella pueda tener con las comunidades de mujeres indígenas, campesinas y trabajadoras que compartan las mismas ansias de volver al origen, de transitar este camino para hurgar en la raíz.

miércoles, 1 de enero de 2014

El antifeminismo de Rafael Correa: Los límites de los gobiernos “progre”



El 28 de diciembre y como para sorprender a los inocentes que aún creen en el supuesto carácter progresista del gobierno de Rafael Correa, el mandatario ecuatoriano acudió a su acostumbrado mitin sabatino para dar rienda suelta a toda su homofobia y antifeminismo. Alegando que son "fundamentalismos" los que pretenden incorporar la perspectiva de género en la educación, Rafael Correa sentencia que "a los niños hay que dejarlos en paz".

El Presidente ecuatoriano dice apoyar al "movimiento feminista por igualdad de derechos" pero… "¡De repente hay unos excesos, unos fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas: ya no es igualdad de derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres: ¡ya basta!". Evidentemente, Correa desconoce que todo feminismo aboga por la igualdad de derechos entre los seres humanos y antepone sus prejuicios para con el término cuando cataloga de "exceso" al necesario cuestionamiento de los roles que se asignan en función del sexo biológico. Rafael Correa seguramente se sentiría más cómodo en medio de un feminismo más parecido al que propugnaba Hugo Chávez, uno en el que los roles de género no fuesen cuestionados, los estereotipos siguiesen intactos, las mujeres de la cocina al tocador y los "hombres que parecen hombres", ¡en la política, sí señor!

Correa no pudo evitar dar gracias a su dios macho, blanco y heterosexual en medio de tanta efervescencia católica: "¡Porque somos, gracias a Dios, hombres y mujeres diferentes! ¡Complementarios! ¡Y no es que se trate de imponer estereotipos! Pero ¡qué bueno que una mujer guarde sus rasgos femeninos! ¡Qué bueno que un hombre guarde sus rasgos masculinos! ¿No? Y bueno, todo el mundo es libre… el hombre de ser afeminado, y la mujer de ser varonil. Pero ¡yo prefiero la mujer que parece mujer! ¡Y creo que las mujeres prefieren hombres que parecemos hombres!" Tampoco puede, en medio de semejante discurso, dejar de anteponer su ego y las preferencias que le motivan. Ello, de por sí, no estaría mal si no se tratase de una figura presidencial que desde las cumbres del poder constituido se cree con el derecho de conducir las preferencias de las personas a las cuales gobierna y además colocar peros a las libertades de sus ciudadanos y ciudadanas.

Días antes, el 13 de diciembre, ese mismo Rafael Correa se había reunido con ocho miembros del colectivo LGBT de Guayaquil. Ante estas personas se comprometió entonces a defender los derechos de la población lésbica, homosexual, bisexual, transgénero e intersexual. Por supuesto, no dejó de hacer hincapié en que era esa la primera vez que un Presidente se reunía con representantes de dicho sector. (¡Dense con una piedra en los dientes, por favor, más agradecimiento!) Correa también se comprometió entonces a establecer una comisión que siga la pista de varios asesinatos cometidos contra miembros del colectivo, a someter a revisión las leyes enviadas a la Asamblea en torno a la salud, educación y empleo, a promover mediáticamente los derechos de la diversidad sexual y a formar servidores públicos con perspectiva de género. Por supuesto, nada de esto trascendió el mero palabrerío, una foto con banderita arcoíris y una muy forzada y masculina sonrisita, por si acaso. Quince días después, el Presidente mandaría a volar sus conversaciones con aquella agrupación LGBT y daría rienda suelta a su profundo desprecio por lo que él cataloga despectivamente como "ideología de género".

Para Correa, son "barbaridades" aquellos postulados según los cuales el rol de género no es determinado por su sexo biológico. "¡No son teorías, es pura y simple ideología!", afirma impetuoso mientras el Siglo XX vacila bajo sus pies. Por eso se posiciona convencido contra la educación de niñas y niños desde perspectivas de género y asume que hay que tener mucho cuidado con esas cosas: "Yo respeto mucho eso. Pero lo que tampoco es correcto es que lo traten de imponer sus creencias a todos, el que básicamente no existe hombre y mujer natural, el que el sexo biológico no determina al hombre y a la mujer, sino las ‘condiciones sociales’. Y que uno tiene ‘derecho’ a la libertad de elegir incluso si uno es hombre o mujer. ¡Vamos, por favor! ¡Eso no resiste el menor análisis! ¡Es una barbaridad que atenta contra todo!".

Correa asume también su defensa ante las reacciones que sabe ha de generar su encendido discurso antifeminista: “¿Me van a decir conservador por creer en la familia? Pues creo en la familia, y creo que esta ideología de género, que estas novelerías, destruyen la familia convencional, que sigue siendo y creo que seguirá siendo la base de nuestra sociedad.”

Son prejuicios morales los que enarbola Rafael Correa, prejuicios morales sostenidos sobre la base de una formación católica. Esos prejuicios, a estas alturas de la historia humana, chocan flagrantemente contra la aspiración de sociedades más justas, más libres. Que Rafael Correa considere a la familia "convencional" (heteronormada) como base de la sociedad, está bien. Pero que como gobernante asuma que es su perspectiva religiosa la que debe imponerse, ese es un gravísimo despropósito. Él exige no sea impuesta una "ideología de género", pero se cree con derecho a imponer sus prejuicios a toda la sociedad ecuatoriana.

Hay algo en lo que Correa tiene total razón: Ha sido la familia "convencional" la "base de la sociedad". Y cuando hablamos de la sociedad que conocemos, tenemos que referirnos a su carácter capitalista y patriarcal. Entonces, ciertamente, esa familia ha cumplido la función, en primera instancia, de forjar los valores claves para la constitución de sujetos para el capitalismo. En el seno de la familia "convencional" se nos enseña una distribución de roles que va a naturalizarse de lleno gracias a lo que aprenderemos en la escuela. Y la escuela, a su vez, nos "enseñará" según seamos niñas o niños: Las niñas podrán formarse para ser maestras, enfermeras, secretarias… Los niños recibirán una formación idónea para ser médicos, empresarios, politólogos, arquitectos. La mayoría, en definitiva, mano de obra para sostener el sistema capitalista.

En este sentido, si somos capaces de cuestionar el carácter opresivo de las instituciones capitalistas, ¡por supuesto que esa familia "convencional" debe ser cuestionada! Deben ser cuestionados esos valores que desde los hogares van preparándonos para una distribución injusta de los roles sociales. Esa familia "convencional" en la que la madre se ocupa de la cocina, el padre lee la prensa, el niño juega con carritos y la niña con muñecas… ¡esa familia debe ser cuestionada! Y sin duda alguna, nuestra sociedad debe integrar definitivamente a las diversas constituciones familiares que en la realidad se hacen presentes. ¡Son mayoría los hogares de madres solteras! ¿Por qué habríamos de resistirnos a reconocer como familia a la pareja de homosexuales o lesbianas que han decidido convivir y que un día quieren asumir roles de crianza? ¿Por qué nos habríamos de resistir ante el derecho que tienen los seres humanos a forjar una familia con base en lazos de afecto, sea esa familia constituida por dos, tres o más personas de distinto o mismo sexo? ¿Quién es Rafael Correa para imponer su particular creencia religiosa como la norma de lo que debe o no debe ser una familia?

En definitiva, el reto que se presenta ante los movimientos feministas del continente es enorme. Los gobiernos que han querido presentarse como "progresistas", cada día instauran más claros límites entre ese "progresismo" y las aspiraciones de emancipación de nuestros pueblos. En la medida en que seamos capaces de reconocer esos límites y procurarnos estrategias de abordaje en una lucha signada por la defensa de las conquistas sociales, obtenidas en los últimos años, y el enfrentamiento cabal contra las políticas conservadoras que ellos mismos son capaces de propugnar, estaremos avanzando con certeza hacia la construcción de sociedades menos injustas. Pero si por el contrario cedemos en la lucha ante los límites que imponen estos gobiernos, si somos dóciles y conformistas, no sólo estaremos poniendo en riesgo las pocas conquistas sociales obtenidas sino que garantizaremos nuestra plena derrota histórica.

Publicado originalmente en: LaClase.info

viernes, 29 de noviembre de 2013

El falso feminismo de la burocracia roja


¿Feministas o porristas?

Hace pocos días, con motivo de la conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género, el Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género organizó un concierto cuyo público se estimó mayoritariamente femenino. En la reseña publicada por el diario Ciudad Caracas puede leerse: “El tercer invitado a la fiesta fue Hany Kauam quien levantó suspiros de las presentes. (…) Para concluir el evento, se subieron al escenario Servando y Florentino arropados por una ola de vítores y gritos de amor de sus fanes (sic) enamoradas”. Mientras en otros países de Latinoamérica, el 25 de noviembre es fecha propicia para elevar las banderas de la lucha feminista, en la Venezuela “revolucionaria”, lo que sugiere la propaganda gubernamental de MinMujer es hacer “tremenda fiesta en la Diego Ibarra” y seguir enajenando muchachitas con canciones “de amor”, pues no hay razón alguna que nos conmine a la lucha. Conténtense las mujeres venezolanas con las cancioncitas, los piropos, la cajita de chocolates y el ramito de flores: el socialismo feminista ya está dado. Fue -¿quién se atrevería a dudarlo?- parte del legado que nos dejó “nuestro amado Comandante Supremo”.
Desde instancias como el Ministerio para la Mujer y la Igualdad de Género, se asegura que “el gobierno bolivariano creó una nueva institucionalidad y un cuerpo legal para protegerlas [a las mujeres] de la discriminación, la pobreza y la violencia.” De la población LGBT nada dice este ministerio, pues “esos asuntos son muy complicados y además suponen un peso adicional a la difícil carga que portan las mujeres heterosexuales en nuestro país”. Así lo sugeriría María León, durante su gestión al frente de este ministerio, ante quienes le reclamaran mayor atención a los asuntos de la sexo-género-diversidad. Ante semejante aseveración una se atrevería a preguntarse cuál es esa nueva institucionalidad de la que tanto alarde hacen desde el gobierno y cuál es ese cuerpo legal que se supone existe, pues cualquiera que mire a su alrededor podrá aún ser testigo de la discriminación, de la pobreza y la violencia, todas expresiones de las cuales continúan siendo víctimas las mujeres venezolanas.
¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de conmemorar el 25 de noviembre con conciertos para “fanáticas enamoradas” y muchachitas sumidas en “gritos de amor” y suspiros? ¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio incapaz de cuestionar los roles de género, un ministerio que concibe a la mujer como una madre, paridora, cocinera y cuidadora? ¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de imponer a espaldas de los poderes creadores del pueblo un Plan como el Mamá Rosa, documento por demás insulso que perpetúa el culto patriarcal a Hugo Chávez bajo la excusa de su abuela campesina? Un cuerpo legal, dicen… ¿Se referirán a la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia? ¿Ese papel con el que todas las instituciones de justicia se limpian los muros, ninguneando a la mayoría de las mujeres que lo elevan en un intento por defenderse de la realidad que las oprime? ¿Será que se refieren a esa letra muerta incapaz de ajustarse plenamente al contexto social que nos arropa y garantizar a las mujeres verdadera educación sexual, anticonceptivos gratuitos y el derecho al aborto seguro y gratuito cuando ellas lo decidan? Tal parece que hablar de feminismo, para el Ministerio que preside hoy Andreína Tarazón (cuyo nombramiento al frente de esa instancia gubernamental resultó además injustificado, pues se trata de una joven que jamás se ha caracterizado por estar vinculada a la lucha de las mujeres trabajadoras), se reduce a formular un cúmulo de alabanzas para el hombre que siendo presidente se aventuró a decirse feminista mientras sepultaba tales pretensiones con cheques otorgados a las misses que construye el monstruo Osmel Sousa y promocionan y patentizan los Cisneros.

Los límites del feminismo burgués del Psuv

Según las funcionarias del Ministerio para la Mujer, Hugo Chávez “siempre utilizó un lenguaje no sexista en sus alocuciones, promovió la incorporación de la mujer a la Fuerza Armada, propiciando su ascenso a los más altos niveles jerárquicos.” Esta aseveración puede leerse desde la web de la institución de gobierno. Una no puede dejar de preguntarse: ¿qué entenderán desde dicha institución por lenguaje no sexista? Porque la verdad, la mayoría de la población no puede olvidar la voz de Hugo Chávez sugiriendo a su entonces esposa que se preparara porque aquella noche le daba lo suyo. Y particularmente, aún me cuesta olvidar a aquel hombre dirigiéndose a un campesino del modo: “¡Manda a ligar a esa mujer!” Las palabras de Hugo Chávez, dirigidas al campesino ante el grávido cuerpo de la mujer que avergonzada miraba el suelo, jamás podrán permitirme asegurar que aquel hombre fue alguna vez un convencido feminista. Sin embargo, estos eventos parecen no hacer mella en las representaciones que del “eterno líder” se han hecho quienes hoy hacen vida en las instituciones del estado. Las funcionarias y los funcionarios del Ministerio para la Mujer se contentan con el mero hecho de que una mujer hoy asuma un puesto de poder en una institución inherentemente patriarcal como las fuerzas armadas, o que algunas mujeres pobres hoy sean beneficiarias de becas gubernamentales para paliar sus carencias y seguir asumiendo en silencio el rol de doblemente explotadas que le asigna el sistema capitalista que sostiene el Estado burgués venezolano.
En un excelente artículo titulado “El feminismo inconsistente de Chávez”, Tamara Pearson se refiere al entonces presidente y al “feminismo” que pregona:
“(…) su concepción del feminismo y de su propia identidad como feminista están limitadas al incremento de la participación de las mujeres en los consejos comunales, en las misiones, en la sociedad, y en las campañas electorales, en vez de formar un movimiento específico para defender sus asuntos particulares y ampliar sus derechos.
(…) El “feminismo” en la revolución bolivariana se traduce en algunas pocas ministras y legisladoras más en ejercicio, en una mayor cantidad de participación femenina en las bases (…). Ahora las madres tienen derecho a recibir un pequeño subsidio para continuar con la carga de tener que hacerse responsables ellas solas de la crianza de sus hijos. Este feminismo, de igual manera, significa oponerse a la violencia contra la mujer sin comprender que la división del trabajo por géneros y que la cosificación de la mujer a través de actos como los eventos de belleza y de la publicidad teñida de sexismo, contribuyen grandemente con la concepción de la mujer como persona de segunda clase, cosa que posibilita la violencia mencionada. Es un “feminismo” que ignora completamente el rol de la iglesia en el sexismo y, por lo tanto, se rehúsa a hablar siquiera del derecho a optar por el aborto, de que éste sea gratuito y que se pueda practicar sin peligro. Esta idea de feminismo carece de cualquier análisis histórico o económico acerca del rol del capitalismo en la generación del sexismo.”
Los cuestionamientos de Tamara Pearson son agudos y se formulan desde el seno del chavismo crítico, así que mal podrían erigirse los defensores de la política psuvista alegando que se trata de un ataque más contra la imagen del “amado Comandante Supremo”. Tales observaciones resultan de vital importancia para la comprensión del panorama político actual, pues la figura de aquel líder logró permear no sólo la actuación de sus funcionarios y de las instituciones que estos sostienen, sino también una representación social compartida por muchos de sus seguidores: el feminismo es sólo cuotas de participación y becas para las mujeres más pobres. Lo demás es mucho pedir, así que quien se atreva a reclamar más que eso, deberá confrontar el cerco del Estado burgués. Para muestra, un botón: Los colectivos de mujeres que este mismo año se organizaron para manifestar su repudio al Miss Venezuela, vieron vulnerado su derecho a la protesta cuando toparon con el cerco de la Policía Nacional que por órdenes de un ministro rojo rojito protegía el show de los Cisneros. Mientras este evento fue reseñado en medios de comunicación internacionales, los medios del estado optaron por silenciarlo o apenas le dedicaron unas cortas líneas para luego sepultarlo.
Las personas que desde un convencimiento honesto aún hoy hacen vida dentro de las filas del chavismo podrán decir que se trata de una inconsistencia más, propia de las contradicciones en el seno de la “revolución bolivariana”. A estas alturas, hechos como esos no pueden, desde nuestro punto de vista, catalogarse como meras inconsistencias. Cuando la inconsistencia, la inconsecuencia, son la regla y no la excepción, tenemos que valorarla como un rasgo característico. En este sentido se trata, ni más ni menos, de una política de Estado orientada hacia la manutención de un estado de cosas que cada día más favorece a los intereses de las burguesías nacionales e internacionales. ¿Contradicciones? Sólo en un discurso pretendidamente revolucionario que cada día deja ver más fácilmente sus costuras. Los hechos, por el contrario, se asumen de una coherencia sin igual. El chavismo gobierna para las mismas clases privilegiadas de siempre. Para ello, recurre a un discurso domesticador de las masas y de vez en cuando le lanza unas migajas con el objeto de distraerlas cuando las presiente capaz del voto castigo. Las medidas populistas de los últimos días, vinculadas con una “ofensiva económica contra la especulación”, son una muestra de ello. Mientras la población esté ocupada “vaciando los anaqueles” no tendrá tiempo para pensar demasiado sobre las causas estructurales de la actual crisis de nuestra economía capitalista.

Plan Mama Rosa: El machismo disfrazado

En este contexto, el feminismo que desde el chavismo se esgrime no constituye más que un recurso discursivo más para ganar las voluntades de las miles de mujeres. Dicho así, resulta de vital importancia acercarse desde una mirada crítica al denominado Plan para la Igualdad y Equidad de Género “Mamá Rosa”.
El documento institucional nos introduce a su lectura confesando que su denominación no responde directamente a la vinculación e identificación con la figura de una mujer que fue madre campesina y que se llamó Rosa, sino que la referencia a aquella mujer constituye una excusa para rendir culto a la figura patriarcal de Hugo Chávez: “Poco sabemos de Mamá Rosa, sólo las expresiones nostálgicas y amorosas que el Comandante Supremo Hugo Chávez mencionaba cada vez que recordaba su infancia (…)”. Partir de ese hecho es ya un equívoco. Desde el Ministerio para la Mujer, lejos de rescatar los nombres y ejemplos de las aguerridas mujeres venezolanas que han sido invisibilizadas por la historia, se recurre al culto a la personalidad del hombre y se emplea la imagen desconocida de su abuela para justificar el hecho. Mamá Rosa se retrata en este documento como madre, cocinera y criadora a través de citas que se formulan de las declaraciones anecdóticas de Hugo Chávez en relación con su infancia. A ninguna de las funcionarias del Ministerio se le ocurrió siquiera profundizar e indagar en torno a una semblanza de mujer que -desde otra perspectiva, no lo dudamos- habría podido dar la posibilidad de al menos retratar a una abuela -como la mayoría de nuestras abuelas- que pese a su restrictiva vida en los espacios domésticos continuaba siendo portadora de una sabiduría ancestral y un anhelo de libertad. Es una (1) la página que se dedica a la presentación de Mamá Rosa desde la voz de Hugo Chávez. En esa página, la foto de la mujer ocupa el mayor espacio. Además de presentar una redacción bastante pobre, el documento logra sorprendernos por el evidente salto que deja inconcluso el texto. ¡Tanto les importaba a las funcionarias de MinMujer retratar a Mamá Rosa!
Según la redactora del Plan Mamá Rosa, Virginia Aguirre, bastaría con que las instituciones del Estado manifiesten su voluntad de asumir una perspectiva de género en el desarrollo de sus políticas, elevando acaso sus cifras de cuotas de acceso y ascenso para las mujeres. Esto bastaría para despatriarcalizar las instituciones y erradicar las desigualdades de género. Se considera, desde este limitado enfoque que ello constituye “cambios estructurales” suficientes. El grave problema está en que al parecer ninguna de las funcionarias del MinMujer sabe con qué se come una “perspectiva de género”. De otro modo una no puede entender cómo es que en el mentado Plan, una de las líneas de acción perteneciente a la dimensión económica se propone “impulsar con las organizaciones y movimientos de mujeres la creación de guardería para las hijas e hijos de las trabajadoras y los trabajadores del sector público y privado” (sic). Lo cual además de poner en evidencia la misma concepción machista de la asignación de los roles entre hombres y mujeres, representa un grosero retroceso respecto de las leyes laborales vigentes, que asignan esa responsabilidad a los patronos, y no a las organizaciones de mujeres.
Para cualquier persona con un mínimo de formación en materia de género, resulta evidente que si no hay un cuestionamiento a los roles que se asignan en nuestras sociedades, que si no se garantiza una discusión capaz de ahondar en la realidad de la diversidad del sexo y el género como categorías constituyentes de la condición humana, si no se avanza -en definitiva- en la construcción de criterios feministas, jamás podrá hablarse de “transversalización de la perspectiva de género” en las políticas públicas.
En este sentido, la Introducción del Plan Mamá Rosa expone cifras vinculadas con la realidad ocupacional de las mujeres en Venezuela, pero es incapaz de analizar esas cifras a la luz de la perspectiva de género que dice debe desarrollarse desde las instancias públicas. Si bien reconoce que la ocupación de las mujeres está enfocada en el área comercial y de servicios (con excepción de los sectores de la construcción y el transporte) mientras los hombres acaparan el sector productivo del país, evade flagrantemente un análisis que permita profundizar en las razones culturales de esta segmentación del trabajo. El Plan Mamá Rosa carece de la perspectiva de género que reclama y se presenta como un documento más dispuesto para el “cumplo y miento” de la burocracia roja que nos arropa. Si el segundo Plan de Igualdad para las Mujeres Juana Ramírez “La Avanzadora” arrojó como saldo “positivo” la conformación del Ministerio para la Mujer, ¡vaya usted a saber qué adefesio burocrático habrá de parir Mamá Rosa!
Del mismo modo, el objetivo histórico que se plantea el Plan Mamá Rosa resulta poco menos que risible dadas las características del gobierno de Nicolás Maduro. ¿Cómo habremos de entender que desde el Ministerio para la Mujer se proponga “erradicar el patriarcado como expresión del sistema de opresión capitalista y consolidar la igualdad y la equidad de género con valores socialistas”, cuando en nuestro país el sistema capitalista cada día se fortalece más gracias a las políticas entreguistas del gobierno que pacta con Chevron, Nestlé, Samsung y cuanta transnacional se ofrezca “preñada de buenas intenciones” para contribuir -¡cómo no!- con la tan mentada “soberanía petrolera”, “soberanía alimentaria”, “soberanía tecnológica” o peor aún, para ayudarnos a convertirnos en “potencia”? Caramba, que hay que ser ingenuas (o consagradas burócratas y demagogas) para tragarse el cuento de que el feminismo socialista se alcanzará de la mano del gobierno capitalista y burgués que hoy tenemos.
En Venezuela, las mujeres no alcanzaremos verdadera autonomía ni plena igualdad de derechos hasta que no comprendamos que nuestros conflictos debemos reconocerlos fundamentalmente nosotras. Ningún patriarca -por muy “caballeroso” que sea- debe ser quien nos diga cuáles son los males que nos aquejan. Nuestra situación de opresión debemos denunciarla desde una voz de dignidad que reclame la verdadera elevación de criterios feministas. Y los criterios feministas no se construyen con financiamiento a la construcción de cuerpos sumisos al capital ni con complacencia ante los códigos estéticos patriarcales. Los lazos que Hugo Chávez estrechó con la organización Miss Venezuela, lo descalifican moralmente para erigirse como ejemplo alguno en la lucha anticapitalista y antipatriarcal. “Nuestro Chávez feminista” no existe, nunca existió. Desde este punto de vista, cualquier institución del Estado u organización en general que pretenda convencer a las mujeres en lucha de que el feminismo es eso que dejó Chávez como legado, no abraza más que una falacia, una abominable inconsistencia ideológica que sólo se traduce en mayores cadenas para las mujeres y para la población venezolana en general. El feminismo revolucionario, que se pretende verdaderamente socialista, debe abogar por definir plenamente los criterios que constituyen una perspectiva de género y comprender que la igualdad de derechos no se traduce únicamente en una inclusión paritaria en políticas dispuestas por un Estado machista.

martes, 9 de abril de 2013

Toallitas de tela, misoginia y politiquería en Venezuela



Medios de difusión entre los que cabe mencionar a La Patilla, El Propio, Notitarde, Noticiero Digital, Primicia, entre otros, se hicieron eco de una campaña de tergiversación de la información que vincula un antiguo microemprendimiento adelantado por un grupo de mujeres desde los andes venezolanos, con una supuesta imposición gubernamental para sustituir el uso de toallas sanitarias desechables. Los titulares fueron “El gobierno lanzó las nuevas toallas sanitarias reusables”, “Socialistas revolucionan las toallas sanitarias y las convierten en ecológicas”, “¡Insólito! Estas son las toallas sanitarias socialistas”. Las escuetas notas se limitan a difundir el video grabado en el marco del programa Consumo Cuidado de Vive Tv y alientan a un público prejuicioso y polarizado a hacer comentarios agresivos y a replicar aquello como un intento gubernamental más por “cubanizar” la realidad venezolana. Por supuesto, no faltaron personajes como Rafael Osío Cabrices e Ibeyise Pacheco, quienes difundieron la mofa desde sus cuentas en redes sociales, develando y promoviendo un tratamiento no sólo politiquero de un tema tan sensible e interesante, sino además caracterizado por esa aversión hacia el cuerpo femenino y sus procesos psico-biológicos tan vinculado a la misoginia. Ninguno de estos personajes realizó alguna indagación formal sobre el tema antes de dar crédito a la “noticia”, atentando contra cualquier ética periodística. En este sentido, ante la invitación de varias mujeres a profundizar en el tema, @osiocabrices expresó “¿Cómo me debo educar, según usted? ¿Vuelvo a la primaria, o me cambio de sexo para "menstruar en tela"?”. Por su parte, los “médicos” que hacen vida desde @IMPROSEXUAL pretendieron dar un tratamiento igualmente ligero al asunto, expresando que “El Derecho a disfrutar de los beneficios de los avances científicos es un Derecho Humano”, a la vez que intentaron posicionar etiquetas como #NoAlRetroceso #NoALaInvolución.

Por su parte, Naky Soto, en una nota publicada en Prodavinci y titulada “Las toallas sanitarias y el capitalismo salvaje”, difundió un micro-reportaje en el que mujeres cubanas refieren sus dificultades para acceder a las toallas sanitarias desechables. En este micro se evidencia, además, que el uso de toallas de tela no es una constante en Cuba y que de hecho no se han dedicado a promocionar su uso ni discutido la opción como de empleo permanente. Al mismo tiempo, Soto expresó: “Es curioso que se promocione ahora [la toalla de tela], cuando la inflación, la escasez, la reducción de marcas por falta de materiales para su producción o la reducción de importación, han marcado tan severamente la oferta de toallas sanitarias disponibles en nuestros mercados. La ecología se convierte en el argumento para maquillar las fallas en economía.” Naky se equivoca en su enfoque. Quienes recurrimos a las toallas de tela, las confeccionamos y promocionamos, no lo hacemos con intención de disfrazar las posibles disfunciones del sistema (no tenemos ese poder ni el interés siquiera). Lo hacemos porque comprendimos el grave impacto ambiental que generan las opciones predominantes en el mercado y porque además perdimos el miedo y nos animamos a salir de la dependencia, nos enamoramos de los resultados y estamos dispuestas a defender esa autonomía alcanzada, nuestro derecho a vivir nuestra menstruación como nos venga en gana y a ayudar a otras mujeres a reconciliarse con sus ciclos, fluidos, cuerpos, sexualidad. La politiquería nunca nos ha brindado un enfoque lo suficientemente amplio como para comprender las tantísimas motivaciones de nuestro hacer en sociedad. Creemos que esta propuesta de uso de alternativas ecológicas para la menstruación merece un tratamiento serio alejado de cualquier manipulación con fines electorales y la seriedad de ese tratamiento dependerá siempre de una sustentación de los argumentos a favor o en contra de la propuesta, jamás de mitos, supuestos, falacias, apego a costumbres y/o hábitos.

Algún asomo de curiosidad dejó entrever la periodista Milagros Socorro, quien desde Código Venezuela dio difusión a su nota titulada “Polarización y toalla sanitaria”. En la nota, la periodista -quien se adscribe a la tendencia partidista de la MUD- reconoce que las toallas de tela no son un invento “socialista”, que éstas se distribuyen en varios países latinoamericanos (quizá desconozca que la propuesta está en todo el mundo y que se comercializa con mayor solidez en Norteamérica y Europa) y que el tratamiento dado al tema en los medios de difusión y redes sociales puede tener mucho de misógino. Alega la periodista que “es posible encontrarle ventajas a la toalla sanitaria de tela”. No profundiza, sin embargo, en esas ventajas simplemente porque no las conoce (ella evidentemente nunca las ha usado). No obstante afirma que una toalla de tela contamina tanto como una desechable porque para su lavado requiere de agua y jabón. Este razonamiento ingenuo ha sido debatido ampliamente en foros promovidos por mujeres que avalan el uso de las toallas de tela. Hacer una toalla desechable requiere de una utilización de agua muy superior a la que requerirá el lavado de una toalla de tela. Y evidentemente, la toalla desechable será empleada sólo una vez y luego irá a ríos, mares, vertederos, a seguir contaminando espacios. Las toallitas de tela son las que garantizan el menor impacto ambiental.

Socorro también asume el riesgo de tocar muy superficialmente el difícil tema del “tiempo libre” para sostener el argumento de que por cuestiones de tiempo, las toallas de tela no son una opción viable. Quienes conocemos la dinámica de utilización y reutilización de toallas de tela sabemos que la demanda de tiempo que nos hace el lavado de nuestras prendas absorbentes no es superior al que nos demanda el lavado de nuestra ropa íntima. El día que empecemos a usar ropa interior desechable “por falta de tiempo”, allí podremos sentenciar que el sistema opresivo capitalista definitivamente nos ha aplastado.

Socorro expresa: “El punto es que la polarización, la misoginia, la pereza y los prejuicios no nos impidan analizar las cosas y sacar de ellas lo que pueden tener de bueno.” En ello coincidimos totalmente con la periodista y nuestro llamado es a acercarnos a estos temas y discutirlos siempre desde el respeto a las distintas perspectivas que nos representan y a la condición femenina que nos configura.

A estas alturas del embrollo mediático, necesario es reconocer que la escuela moderna incorpora el estudio de nuestro cuerpo y sus procesos desde una perspectiva netamente biologicista que no aborda los aspectos psicológicos vinculados y muchas veces limita la comprensión cabal de las relaciones que guardamos con estos procesos desde la cotidianidad. El hogar promedio actual, por su parte, aporta una comprensión casi siempre prejuiciosa y plagada de tabúes en las que el silencio y/o la desacralización constituyen el pivote de las relaciones intrafamiliares. De allí que nuestra formación en materia de salud reproductiva y sexualidad en general sea prácticamente nula.

En este sentido, la comprensión de la menstruación que nos aporta la escuela, tiende a ser limitada al desprendimiento de un óvulo no fertilizado que se evidencia en el sangrado. Y en el hogar, el primer sangrado menstrual es una advertencia de fertilidad, un yugo moral que obliga nuevas formas de comportamiento y/o una experiencia que rompe en gran sentido las relaciones de la niña con su entorno y demás miembros familiares.

Ha sido, sin duda, la configuración patriarcal de nuestras sociedades la responsable de que esto ocurra del modo en que viene ocurriendo. El marco social que habitamos hace dolorosa y traumática la experiencia de la menstruación y lo hace así no sólo como mecanismo de control para con las mujeres sino porque además de este modo puede también vender la vergüenza que promociona su estereotipada publicidad del usar y tirar.

Las mujeres menstruantes llegamos a pagar por compresas blanqueadas y perfumadas, contenedoras de celulosa, geles y aditivos químicos que prometen hacernos sentir verdaderamente cómodas con nuestra “inestable feminidad”, “limpias”, “blancas”, libres de nuestro “hedor”, y que además generan un impacto ambiental terrible y no pocas alteraciones a la salud de quien las usa (irritaciones, hongos, por decir las más comunes). Se nos ha negado así la posibilidad de comprender del todo que nuestra sangre no es sucia ni fuente de contaminación alguna. Se nos ha enseñado a sentir asco ante nuestros propios fluidos. Y así, nuestro nivel de dependencia de estos productos desechables ha llegado a ser tan grosero que en muchas ocasiones ellos son considerados parte de una “cesta básica”, es decir, “indispensables en el hogar”, elementos permanentes del presupuesto familiar mensual.

A finales de 2010, la mayor parte de los empresarios venezolanos comenzó a jugar con nuestra terrible dependencia de toallas sanitarias y pañales desechables. Una supuesta escasez escondió intenciones de acaparamiento y especulación que pusieron contra la espada y la pared a casi toda la población. Extrañamente (hablar de la menstruación sigue siendo un tabú), las voces que se alzaron en la denuncia fueron casi siempre masculinas: padres, compañeros, esposos que eran “enviados hacia la búsqueda desesperada” de los productos faltantes y se encontraron impotentes ante la ausencia o el altísimo costo de lo hallado tras mucho andar. Exigieron entonces “opciones alternativas” para liberarse de aquella manipulación. (Esa participación masculina pudiera considerarse sintomática de un proceso de transformación de nuestras relaciones sociales. Deben quedar atrás los tiempos oscuros en los que había temas que sólo podían ser abordados por públicos determinados. En la medida en que nuestros compañeros hagan parte de discusiones en temas de sexualidad femenina, crianza, etc., estaremos dando un paso al frente hacia la construcción de las necesarias nuevas masculinidades.) Estoy segura de que más de una mujer pensó entonces en su abuela, en los trapitos que usó la abuela, pero entonces sintió miedo. Sí, nos han enseñado a desconfiar del conocimiento ancestral, heredado, extra-académico, en nombre de un mentado “progreso” que apenas llega a ser grillete y cadena disfrazados de “comodidad”. En este sentido es necesario expresar que quienes vinculan el uso de alternativas ecológicas con “atraso” e “involución” manejan una concepción bastante confusa del bienestar y la vida digna en general. Desconocen que la experiencia, el abandonar las opciones desechables para volver a la tela, garantiza una transformación íntima en la mujer que no tiene marcha atrás. La naturaleza de esta transformación es sumamente difícil de explicar, quizá imposible. Hay que vivirlo: se trata de reconocimiento y aceptación. Se trata de autonomía y dignidad. Se trata de vencer el miedo, romper la dependencia, recuperar el vínculo sagrado con nuestro cuerpo, nuestra sangre y muy especialmente con nuestro útero -segundo corazón, adormecido y rígido por tantos años de cultura patriarcal-. El llamado es entonces a indagar, hurgar entre los testimonios de mujeres que se han atrevido al cambio. Son ellas las únicas que podrían ofrecer una voz transparente de cara a un asunto tan delicado como el que hoy nos ocupa.

Actualmente, la propuesta del uso de alternativas ecológicas para la menstruación pugna por hacerse escuchar en nuestro país. Es meritorio el trabajo de varias mujeres que se han dado a la tarea de distribuir la maravillosa copa menstrual, un dispositivo de colocación intravaginal elaborado con silicona médica cuya función es recolectar el flujo de sangre. Quienes usamos la copa y aprendimos con ella a conocer nuestro cuerpo y ciclo, no dudamos un instante en recomendar su uso y apoyar cualquier campaña que promueva su distribución masiva.
 
También han empezado a ejecutarse los talleres de elaboración de toallitas femeninas de tela, un espacio en el que se conversan temas vinculados a la menstruación y al uso de alternativas ecológicas y en el que cada participante tiene la posibilidad de confeccionar su propia compresa absorbente para usar durante los días de sangrado.

La distribución de toallitas femeninas de tela en nuestro país nunca ha sido a través de alguna iniciativa gubernamental. Ella hoy se da a través de las iniciativas de mujeres creadoras, autónomas y autogestionadas, cuyo trabajo se enmarca en el pequeño comercio artesanal de nuestra ciudad capital. Acudir a ellas es, en gran sentido, dar un paso al frente por la construcción de una nueva conciencia del hacernos. Ningún afán politiquero y/o misógino podrá impedir que las voces de las mujeres que somos, se haga escuchar en la Venezuela de hoy.