sábado, 26 de septiembre de 2020

Reflexiones contra el racismo en el movimiento anarquista



 El racismo en la sociedad separada

La historia de invasión y colonización que atraviesa esta región, nos hace habitar países que se constituyeron en Estado-nación para pisotear y exterminar a los pueblos originarios que habitaban el Abya Yala. Se impuso entonces una jerarquización de las diferencias para catapultar al hombre blanco mestizo como cuerpo y rostro de estas nuevas naciones. Y fue así que pueblos indígenas y afrodescendientes fueron arrojados a los eslabones sociales más bajos, condenándoles a vidas en permanente despojo.

Guardar plena conciencia sobre el origen racista de las sociedades actuales, marcadas por el colonialismo, nos permitirá comprender por qué el racismo es un fenómeno tan extendido. Y es que se nos educa para el racismo, para reconocer a un Estado-nación y enorgullecernos de su existencia; guardar además disposición para su defensa ante otros Estados-naciones y ante los mismos pueblos racializados que resisten a ellos y a los cuales nos han enseñado a concebir como un peligro para el desarrollo nacional. Apenas abrimos la boca y nos atragantaron con himnos. Nuestra maravilla infantil ante la riqueza y variedad de los colores se diluyó en la imposición de un tricolor patrio. Se nos enseñó a enorgullecernos de una historia escrita sobre la sangre de nuestras abuelas ultrajadas. Somos racistas y reconocerlo puede ser de vital importancia para poder expulsar de nosotres, esa expresión autoritaria de la sociedad separada. Esto, por supuesto, si es que de verdad aspiramos construir la posibilidad de un mundo libre de opresiones.

La anarquía no caerá del cielo

Sólo dando este primer paso hacia el reconocimiento de nuestra historia y la construcción de un nosotres tan diverso como inamansable, podríamos comprender la importancia que cobra la lucha antirracista.

Las anarcofeministas hemos debido enfrentar dentro del movimiento ácrata, las masculinas voces que acusan nuestra existencia en organización como innecesaria. La sonora terquedad del acratosaurio que repite como un mantra que la anarquía es la lucha contra todas las opresiones y que dentro de ella no es necesario hablar de feminismo y disidencias sexuales... Cabezas fosilizadas negadas a distinguir el horizonte de las prácticas, empeñadas en hacerlo todo del mismo modo siempre para no avanzar un paso apenas en la historia. Conservadores, sin más. Hemos sabido comprenderlo así y organizarnos a pesar de ellos, ejerciendo la justa tensión anarcofeminista; una posibilidad maravillosa para nutrirnos de los principios y reflexiones libertarias del feminismo que defendemos.  

Pero resulta que son esos mismos cangrejos que opusieron resistencia a mujeres y disidencias, los que se niegan a reconocer la necesidad de abordar perspectivas antirracistas en los espacios anarquistas. Y lo hacen con los mismos manidos argumentos. La anarquía lo es todo, dicen, pensando que ella llegará por sorpresa algún día y no habrá que construirla todos los días a través de las prácticas transformadoras.

Y acá la cosa se complica un poco más, pues se suman a este coro, compañeras anarquistas que, engolosinadas con las categorías de los feminismos paridos por la academia, son capaces de hablar en perfecto lenguaje inclusivo sobre la interseccionalidad y la descolonización de las cuerpas-territorias, pero sumando cómodamente la consigna simplista de abajo el trabajo, descalificando totalmente con ello a la inmigrante obligada a emplearse para permanecer. O compañeras anarquistas que al tener en frente a una mujer negra, prefieren hacer como que no la han visto o la miran como quien ve un espectáculo circense. O tienen pudor de nombrar a esa mujer como negra. O pretenden relacionarse con ella desde el paternalismo asistencialista. Compañeras hay que son capaces de negar las razones de una mujer inmigrante y acusarla de cobarde por haber sido vencida por el despojo en su territorio de origen. Otras hay que replican sistemáticamente la propaganda de terror patriarcal y racista en donde siempre el agresor desconocido es un varón inmigrante. Y también hay las que desarrollan irracionales antipatías contra mujeres inmigrantes, en una mezcla de xenofobia racista y competencia patriarcal. 

La existencia de esas expresiones racistas en los movimientos, justifican sobradamente la necesidad de señalarlas, observarlas y erradicarlas, transformando colectiva y radicalmente el orden social. La trasversalización de perspectivas antirracistas debe ser un ejercicio consciente y permanente desde nuestras organizaciones.

Portazo al inmigrante latinoamericano y alfombra roja al viajante europeo

Que existen prácticas racistas dentro del movimiento anarquista no debería sorprender a nadie. A menos que se piense que pueden existir burbujas de pureza y perfección en el marco de estas sociedades signadas por el germen de la jerarquía. Por lo tanto, el señalamiento no debe entenderse como una acusación para el descrédito, sino como un ejercicio imprescindible para potenciar las prácticas libertarias. 

Hemos permanecido embelesados durante mucho tiempo en la búsqueda de referentes europeos. Reconocerlo es de vital importancia para poder iniciar un cuestionamiento en perspectiva antirracista que nos permita recuperar la memoria histórica sobre experiencias propias en esta región de Abya Yala. Del mismo modo, será necesario cuestionarse los términos en los que se establecen las relaciones internacionalistas, cuando resulta evidente que estos difieren enormemente según los vínculos se forjen dentro de esta región o hacia la región europea. Y es que, ¿no es demasiado notorio que la recepción que se hace hacia viajantes y delegados europeos no es en absoluto equiparable a la que se hace a viajantes, delegados e inmigrantes latinoamericanos?

Ante el viajante europeo, aguardará siempre la disposición plena, el interés genuino, la admiración casi ingenua de quienes parecen sentirse finalmente visitados por el padre abandonador. Se disputarán, literalmente, por ser quien o quienes reciban al compañero europeo bajo el techo propio. Con absoluto fervor colmarán las salas para escuchar a quien venga de Europa a contar experiencias propias, pero se ausentarán consciente y deliberadamente de los espacios convocados para escuchar a compañeres latinoamericanes o a inmigrantes organizades.

¿Cómo negar que hemos escuchado a compañeros anarquistas tildar de cobardes a inmigrantes porque estos no protestan bajo la misma lógica insurrecta con la que puede arriesgarse a hacerlo quien es considerado ciudadano por las leyes del Estado chileno? ¿Cómo negar que hemos testificado la existencia de compañeros que se declaran anarcosindicalistas y que cuando son llamados a la puerta por un inmigrante que busca acompañamiento para dar una pelea ante la patronal, apenas alcanzan a asomarse al umbral para solicitar el envío de un e-mail? ¿Cómo negar que existen compañeros anarquistas que generan y difunden propaganda contra comunidades inmigrantes específicas, haciéndose eco de estereotipos xenófobos sobre esas comunidades despojadas por el capitalismo y el autoritarismo de los Estados?

Ni el negacionismo ni el paternalismo forjan lucha antirracista

Negar la presencia de estas y otras prácticas racistas, es un flaco favor para el anarquismo. Las voces que relativizan y/o invisibilizan las diferencias sociales que nos atraviesan con la intención de “unificar” al movimiento, no hacen más que fortalecer las lógicas segregadoras que buscamos combatir. Y es que no se trata de pensarnos todes negres, todes obreres o todes inmigrantes en búsqueda de la historia del abuelito colono que bajó del barco hace cien años. No, porque ni somos todos migrantes ni somos la misma clase obrera. La materialidad de estas sociedades separadas nos impone distinto entramado de opresiones. Y si pretendemos acabar con cada una de las opresiones existentes, resulta inapropiado invisibilizarlas bajo recursos idealistas y autocomplacientes. Difícil es abolir lo que se invisibiliza. 

De lo que se trata sí, es de hurgar en la raíz propia para encontrar el espejo que alumbrará la construcción de un nosotres enteramente consciente de las diferencias que nos atraviesan, capaz de abrazarse a ellas para forjar fuerza y resistencia anticapitalista. En ese sentido, construir discursos es menos importante que construir comunidades. Observar y escuchar todas las voces-existencias, por sobre el afán de comunicarlas será siempre más valioso para el proceso de construcción del nosotres más plural, pues poco y mal comunica quien poco ha querido observar/escuchar.

Como anarquistas, nuestro esfuerzo debe ser por distanciarnos de las lógicas autoritarias y construir organización horizontal, solidaridad y apoyo mutuo entre pueblos. Para poder lograrlo certeramente, justo y necesario será que nos deslastremos definitivamente de las prácticas que empantanan el horizonte libertario.

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