¿Feministas o porristas?
Hace pocos días, con motivo de la
conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género, el
Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género organizó un concierto
cuyo público se estimó mayoritariamente femenino. En la reseña publicada por el
diario Ciudad Caracas puede leerse: “El tercer invitado a la fiesta fue Hany Kauam
quien levantó suspiros de las presentes. (…) Para concluir el evento, se
subieron al escenario Servando y Florentino arropados por una ola de vítores y
gritos de amor de sus fanes (sic) enamoradas”. Mientras en otros países de
Latinoamérica, el 25 de noviembre es fecha propicia para elevar las banderas de
la lucha feminista, en la Venezuela “revolucionaria”, lo que sugiere la
propaganda gubernamental de MinMujer es hacer “tremenda fiesta en la Diego
Ibarra” y seguir enajenando muchachitas con canciones “de amor”, pues no hay
razón alguna que nos conmine a la lucha. Conténtense las mujeres venezolanas
con las cancioncitas, los piropos, la cajita de chocolates y el ramito de
flores: el socialismo feminista ya está dado. Fue -¿quién se atrevería a
dudarlo?- parte del legado que nos dejó “nuestro amado Comandante Supremo”.
Desde instancias como el
Ministerio para la Mujer y la Igualdad de Género, se asegura que “el gobierno
bolivariano creó una nueva institucionalidad y un cuerpo legal para protegerlas
[a las mujeres] de la discriminación, la pobreza y la violencia.” De la
población LGBT nada dice este ministerio, pues “esos asuntos son muy
complicados y además suponen un peso adicional a la difícil carga que portan
las mujeres heterosexuales en nuestro país”. Así lo sugeriría María León,
durante su gestión al frente de este ministerio, ante quienes le reclamaran
mayor atención a los asuntos de la sexo-género-diversidad. Ante semejante
aseveración una se atrevería a preguntarse cuál es esa nueva institucionalidad
de la que tanto alarde hacen desde el gobierno y cuál es ese cuerpo legal que
se supone existe, pues cualquiera que mire a su alrededor podrá aún ser testigo
de la discriminación, de la pobreza y la violencia, todas expresiones de las cuales
continúan siendo víctimas las mujeres venezolanas.
¿Será que esa nueva
institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de conmemorar el 25 de
noviembre con conciertos para “fanáticas enamoradas” y muchachitas sumidas en “gritos
de amor” y suspiros? ¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un
ministerio incapaz de cuestionar los roles de género, un ministerio que concibe
a la mujer como una madre, paridora, cocinera y cuidadora? ¿Será que esa nueva
institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de imponer a espaldas de los
poderes creadores del pueblo un Plan como el Mamá Rosa, documento por demás
insulso que perpetúa el culto patriarcal a Hugo Chávez bajo la excusa de su
abuela campesina? Un cuerpo legal, dicen… ¿Se referirán a la Ley Orgánica sobre
el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia? ¿Ese papel con el que
todas las instituciones de justicia se limpian los muros, ninguneando a la
mayoría de las mujeres que lo elevan en un intento por defenderse de la
realidad que las oprime? ¿Será que se refieren a esa letra muerta incapaz de ajustarse
plenamente al contexto social que nos arropa y garantizar a las mujeres
verdadera educación sexual, anticonceptivos gratuitos y el derecho al aborto
seguro y gratuito cuando ellas lo decidan? Tal parece que hablar de feminismo,
para el Ministerio que preside hoy Andreína Tarazón (cuyo nombramiento al
frente de esa instancia gubernamental resultó además injustificado, pues se
trata de una joven que jamás se ha caracterizado por estar vinculada a la lucha
de las mujeres trabajadoras), se reduce a formular un cúmulo de alabanzas para
el hombre que siendo presidente se aventuró a decirse feminista mientras
sepultaba tales pretensiones con cheques otorgados a las misses que construye
el monstruo Osmel Sousa y promocionan y patentizan los Cisneros.
Los límites del feminismo burgués
del Psuv
Según las funcionarias del
Ministerio para la Mujer, Hugo Chávez “siempre utilizó un lenguaje no sexista en
sus alocuciones, promovió la incorporación de la mujer a la Fuerza Armada,
propiciando su ascenso a los más altos niveles jerárquicos.” Esta aseveración
puede leerse desde la web de la institución de gobierno. Una no puede dejar de
preguntarse: ¿qué entenderán desde dicha institución por lenguaje no sexista?
Porque la verdad, la mayoría de la población no puede olvidar la voz de Hugo
Chávez sugiriendo a su entonces esposa que se preparara porque aquella noche le
daba lo suyo. Y particularmente, aún me cuesta olvidar a aquel hombre dirigiéndose
a un campesino del modo: “¡Manda a ligar a esa mujer!” Las palabras de Hugo
Chávez, dirigidas al campesino ante el grávido cuerpo de la mujer que avergonzada
miraba el suelo, jamás podrán permitirme asegurar que aquel hombre fue alguna
vez un convencido feminista. Sin embargo, estos eventos parecen no hacer mella
en las representaciones que del “eterno líder” se han hecho quienes hoy hacen
vida en las instituciones del estado. Las funcionarias y los funcionarios del
Ministerio para la Mujer se contentan con el mero hecho de que una mujer hoy
asuma un puesto de poder en una institución inherentemente patriarcal como las
fuerzas armadas, o que algunas mujeres pobres hoy sean beneficiarias de becas
gubernamentales para paliar sus carencias y seguir asumiendo en silencio el rol
de doblemente explotadas que le asigna el sistema capitalista que sostiene el Estado
burgués venezolano.
En un excelente artículo titulado
“El feminismo inconsistente de Chávez”, Tamara Pearson se refiere al entonces
presidente y al “feminismo” que pregona:
“(…) su concepción del feminismo y de su propia identidad como
feminista están limitadas al incremento de la participación de las mujeres en
los consejos comunales, en las misiones, en la sociedad, y en las campañas
electorales, en vez de formar un movimiento específico para defender sus
asuntos particulares y ampliar sus derechos.
(…) El “feminismo” en la revolución bolivariana se traduce en
algunas pocas ministras y legisladoras más en ejercicio, en una mayor cantidad
de participación femenina en las bases (…). Ahora las madres tienen derecho a
recibir un pequeño subsidio para continuar con la carga de tener que hacerse
responsables ellas solas de la crianza de sus hijos. Este feminismo, de igual
manera, significa oponerse a la violencia contra la mujer sin comprender que la
división del trabajo por géneros y que la cosificación de la mujer a través de
actos como los eventos de belleza y de la publicidad teñida de sexismo,
contribuyen grandemente con la concepción de la mujer como persona de segunda
clase, cosa que posibilita la violencia mencionada. Es un “feminismo” que
ignora completamente el rol de la iglesia en el sexismo y, por lo tanto, se
rehúsa a hablar siquiera del derecho a optar por el aborto, de que éste sea
gratuito y que se pueda practicar sin peligro. Esta idea de feminismo carece de
cualquier análisis histórico o económico acerca del rol del capitalismo en la
generación del sexismo.”
Los cuestionamientos de Tamara
Pearson son agudos y se formulan desde el seno del chavismo crítico, así que
mal podrían erigirse los defensores de la política psuvista alegando que se
trata de un ataque más contra la imagen del “amado Comandante Supremo”. Tales
observaciones resultan de vital importancia para la comprensión del panorama
político actual, pues la figura de aquel líder logró permear no sólo la actuación
de sus funcionarios y de las instituciones que estos sostienen, sino también
una representación social compartida por muchos de sus seguidores: el feminismo
es sólo cuotas de participación y becas para las mujeres más pobres. Lo demás
es mucho pedir, así que quien se atreva a reclamar más que eso, deberá
confrontar el cerco del Estado burgués. Para muestra, un botón: Los colectivos
de mujeres que este mismo año se organizaron para manifestar su repudio al Miss
Venezuela, vieron vulnerado su derecho a la protesta cuando toparon con el
cerco de la Policía Nacional que por órdenes de un ministro rojo rojito
protegía el show de los Cisneros. Mientras este evento fue reseñado en medios
de comunicación internacionales, los medios del estado optaron por silenciarlo
o apenas le dedicaron unas cortas líneas para luego sepultarlo.
Las personas que desde un
convencimiento honesto aún hoy hacen vida dentro de las filas del chavismo
podrán decir que se trata de una inconsistencia más, propia de las
contradicciones en el seno de la “revolución bolivariana”. A estas alturas,
hechos como esos no pueden, desde nuestro punto de vista, catalogarse como
meras inconsistencias. Cuando la inconsistencia, la inconsecuencia, son la
regla y no la excepción, tenemos que valorarla como un rasgo característico. En
este sentido se trata, ni más ni menos, de una política de Estado orientada
hacia la manutención de un estado de cosas que cada día más favorece a los
intereses de las burguesías nacionales e internacionales. ¿Contradicciones?
Sólo en un discurso pretendidamente revolucionario que cada día deja ver más
fácilmente sus costuras. Los hechos, por el contrario, se asumen de una
coherencia sin igual. El chavismo gobierna para las mismas clases privilegiadas
de siempre. Para ello, recurre a un discurso domesticador de las masas y de vez
en cuando le lanza unas migajas con el objeto de distraerlas cuando las
presiente capaz del voto castigo. Las medidas populistas de los últimos días,
vinculadas con una “ofensiva económica contra la especulación”, son una muestra
de ello. Mientras la población esté ocupada “vaciando los anaqueles” no tendrá
tiempo para pensar demasiado sobre las causas estructurales de la actual crisis
de nuestra economía capitalista.
Plan Mama Rosa: El machismo disfrazado
En este contexto, el feminismo que
desde el chavismo se esgrime no constituye más que un recurso discursivo más
para ganar las voluntades de las miles de mujeres. Dicho así, resulta de vital
importancia acercarse desde una mirada crítica al denominado Plan para la
Igualdad y Equidad de Género “Mamá Rosa”.
El documento institucional nos
introduce a su lectura confesando que su denominación no responde directamente
a la vinculación e identificación con la figura de una mujer que fue madre campesina
y que se llamó Rosa, sino que la referencia a aquella mujer constituye una
excusa para rendir culto a la figura patriarcal de Hugo Chávez: “Poco sabemos
de Mamá Rosa, sólo las expresiones nostálgicas y amorosas que el Comandante
Supremo Hugo Chávez mencionaba cada vez que recordaba su infancia (…)”. Partir
de ese hecho es ya un equívoco. Desde el Ministerio para la Mujer, lejos de
rescatar los nombres y ejemplos de las aguerridas mujeres venezolanas que han
sido invisibilizadas por la historia, se recurre al culto a la personalidad del
hombre y se emplea la imagen desconocida de su abuela para justificar el hecho.
Mamá Rosa se retrata en este documento como madre, cocinera y criadora a través
de citas que se formulan de las declaraciones anecdóticas de Hugo Chávez en
relación con su infancia. A ninguna de las funcionarias del Ministerio se le
ocurrió siquiera profundizar e indagar en torno a una semblanza de mujer que -desde
otra perspectiva, no lo dudamos- habría podido dar la posibilidad de al menos
retratar a una abuela -como la mayoría de nuestras abuelas- que pese a su
restrictiva vida en los espacios domésticos continuaba siendo portadora de una
sabiduría ancestral y un anhelo de libertad. Es una (1) la página que se dedica
a la presentación de Mamá Rosa desde la voz de Hugo Chávez. En esa página, la
foto de la mujer ocupa el mayor espacio. Además de presentar una redacción bastante
pobre, el documento logra sorprendernos por el evidente salto que deja
inconcluso el texto. ¡Tanto les importaba a las funcionarias de MinMujer
retratar a Mamá Rosa!
Según la redactora del Plan Mamá
Rosa, Virginia Aguirre, bastaría con que las instituciones del Estado
manifiesten su voluntad de asumir una perspectiva de género en el desarrollo de
sus políticas, elevando acaso sus cifras de cuotas de acceso y ascenso para las
mujeres. Esto bastaría para despatriarcalizar las instituciones y erradicar las
desigualdades de género. Se considera, desde este limitado enfoque que ello
constituye “cambios estructurales” suficientes. El grave problema está en que
al parecer ninguna de las funcionarias del MinMujer sabe con qué se come una
“perspectiva de género”. De otro modo una no puede entender cómo es que en el
mentado Plan, una de las líneas de acción perteneciente a la dimensión
económica se propone “impulsar con las organizaciones y movimientos de mujeres
la creación de guardería para las hijas e hijos de las trabajadoras y los
trabajadores del sector público y privado” (sic). Lo cual además de poner en
evidencia la misma concepción machista de la asignación de los roles entre
hombres y mujeres, representa un grosero retroceso respecto de las leyes
laborales vigentes, que asignan esa responsabilidad a los patronos, y no a las
organizaciones de mujeres.
Para cualquier persona con un
mínimo de formación en materia de género, resulta evidente que si no hay un
cuestionamiento a los roles que se asignan en nuestras sociedades, que si no se
garantiza una discusión capaz de ahondar en la realidad de la diversidad del
sexo y el género como categorías constituyentes de la condición humana, si no
se avanza -en definitiva- en la construcción de criterios feministas, jamás
podrá hablarse de “transversalización de la perspectiva de género” en las
políticas públicas.
En este sentido, la Introducción
del Plan Mamá Rosa expone cifras vinculadas con la realidad ocupacional de las
mujeres en Venezuela, pero es incapaz de analizar esas cifras a la luz de la
perspectiva de género que dice debe desarrollarse desde las instancias
públicas. Si bien reconoce que la ocupación de las mujeres está enfocada en el
área comercial y de servicios (con excepción de los sectores de la construcción
y el transporte) mientras los hombres acaparan el sector productivo del país,
evade flagrantemente un análisis que permita profundizar en las razones
culturales de esta segmentación del trabajo. El Plan Mamá Rosa carece de la perspectiva
de género que reclama y se presenta como un documento más dispuesto para el
“cumplo y miento” de la burocracia roja que nos arropa. Si el segundo Plan de
Igualdad para las Mujeres Juana Ramírez “La Avanzadora” arrojó como saldo
“positivo” la conformación del Ministerio para la Mujer, ¡vaya usted a saber
qué adefesio burocrático habrá de parir Mamá Rosa!
Del mismo modo, el objetivo
histórico que se plantea el Plan Mamá Rosa resulta poco menos que risible dadas
las características del gobierno de Nicolás Maduro. ¿Cómo habremos de entender
que desde el Ministerio para la Mujer se proponga “erradicar el patriarcado
como expresión del sistema de opresión capitalista y consolidar la igualdad y
la equidad de género con valores socialistas”, cuando en nuestro país el
sistema capitalista cada día se fortalece más gracias a las políticas
entreguistas del gobierno que pacta con Chevron, Nestlé, Samsung y cuanta
transnacional se ofrezca “preñada de buenas intenciones” para contribuir -¡cómo
no!- con la tan mentada “soberanía petrolera”, “soberanía alimentaria”,
“soberanía tecnológica” o peor aún, para ayudarnos a convertirnos en “potencia”?
Caramba, que hay que ser ingenuas (o consagradas burócratas y demagogas) para
tragarse el cuento de que el feminismo socialista se alcanzará de la mano del
gobierno capitalista y burgués que hoy tenemos.
En Venezuela, las mujeres no
alcanzaremos verdadera autonomía ni plena igualdad de derechos hasta que no
comprendamos que nuestros conflictos debemos reconocerlos fundamentalmente
nosotras. Ningún patriarca -por muy “caballeroso” que sea- debe ser quien nos
diga cuáles son los males que nos aquejan. Nuestra situación de opresión
debemos denunciarla desde una voz de dignidad que reclame la verdadera
elevación de criterios feministas. Y los criterios feministas no se construyen
con financiamiento a la construcción de cuerpos sumisos al capital ni con
complacencia ante los códigos estéticos patriarcales. Los lazos que Hugo Chávez
estrechó con la organización Miss Venezuela, lo descalifican moralmente para
erigirse como ejemplo alguno en la lucha anticapitalista y antipatriarcal. “Nuestro
Chávez feminista” no existe, nunca existió. Desde este punto de vista, cualquier
institución del Estado u organización en general que pretenda convencer a las
mujeres en lucha de que el feminismo es eso que dejó Chávez como legado, no
abraza más que una falacia, una abominable inconsistencia ideológica que sólo
se traduce en mayores cadenas para las mujeres y para la población venezolana
en general. El feminismo revolucionario, que se pretende verdaderamente
socialista, debe abogar por definir plenamente los criterios que constituyen
una perspectiva de género y comprender que la igualdad de derechos no se
traduce únicamente en una inclusión paritaria en políticas dispuestas por un
Estado machista.