Vivir en un territorio en el que el grueso de la sociedad se empeña en expulsarte es una situación agobiante desde el punto de vista emocional. Lo sabemos quienes somos inmigrantes en Chile.
No pocas veces he recibido comentarios como “es que tú no pareces venezolana” o “es que tú acá pasas piola” para explicarme por qué pueden tolerarme a mí, pero despreciar a la comunidad a la que yo pertenezco. Esas personas no son en absoluto conscientes de la violencia solapada que esos comentarios ejercen. Se piensan en todo caso muy nobles en ese ejercicio de aceptación ladina. Y esto llega a unos límites tan hilarantes que recuerdo haber recibido la siguiente sugerencia de un compañero de trabajo: “No vayas a vacacionar al Norte, eso está lleno de extranjeros”. Lo miré de hito en hito. Ni se inmutó.
En otras ocasiones, la violencia ha sido más abierta. Y recuerdo que la primera expresión de ella fue justamente en una Feria del Libro Anarquista, cuando un fulano aseguró en una discusión que todos los inmigrantes éramos en esencia contrarrevolucionarios. Recuerdo haber participado con alguna opinión al respecto. Posteriormente, en el viaje en bus al final de la jornada, otro de los asistentes al que seguramente no le gustó mi intervención, se dedicó a burlarse histriónicamente de mí, haciendo referencia a “arepas”, “maracas” y no sé qué otras tonteras bajo la complicidad masculina que suele darse en muchos espacios políticos. Armé tremendo peo en el bus, para qué decir más.
Comento esto porque quiero decir además que me consta la violencia xenófoba y racista que permea a la sociedad chilena incluso en sus espacios más “liberados”. Y empatizo profundamente con quienes viviendo en Chile en calidad de inmigrantes, deben seguir padeciendo la violencia que generan las estructuras políticas del Estado y que agudizan los medios de comunicación para forjar una sociedad cada día más separada y dispuesta a destruir al que es inmigrante y no se limita a servir, obedecer y sonreír.
Lamento mucho que la inexperiencia migratoria del pueblo venezolano nos haya arrojado a cometer gruesos errores en nuestro encuentro con otros pueblos. Lamento esta suerte de “arrogancia caribeña” que nos acusan y que muchas veces va de atolondrada por los caminos, sin detenerse a observar, escuchar y comprender. Y lamento que esa torpeza condicione la experiencia de los más vulnerables entre nosotros. Lamento que desde el poder, los esfuerzos por estereotipar sean tan sólidos que busquen a figuras tan nefastas como George Harris para que “corrobore” el prejuicio social sobre el “venezofacho”; para que al mirarlo, quienes se sienten distintos y superiores, vivan una catarsis que les ayude a justificar el odio y el desprecio que sienten por otros; para que al señalar la misoginia, vulgaridad, aporofobia, racismo y clasismo del bufón, puedan sentirse mejores personas, tranquilos de odiar esos valores que él canaliza y que se cree son los que portamos los casualmente nacidos al norte del sur. Yo les invitaría a analizar la ideología profunda que los mueve… Se sorprenderían de hallar un pequeño Pinochet en el interior de muchos corazones pretendidamente progresistas.
En este laboratorio neoliberal llamado Chile, triunfó un capitalismo eficaz. Un capitalismo en serio, como lo quiso también la Kirchner. Uno que te exprime certeramente y te garantiza capacidad de consumo (por ahora). Uno que se paga con salud mental, con alegría, con purita humanidad. Tal vez muchos recurrimos a esta maquinaria en busca de lo mínimo para vivir con mediana dignidad después del secuestro de nuestras aspiraciones más igualitarias. Y algunos pueden ponerle fecha de término a esa experiencia. Pero no todo mundo tiene ocasión de salir de donde no es querido, de donde no se le permite ser persona… A veces, es más difícil devolverse que seguir... Así que cruzo los dedos porque en algún punto de este abrupto choque cultural, impere el deseo de comprender al otro y no el impulso por degradarlo. Que el individualismo neoliberal tropiece sin ocasión de levantarse y deje camino libre para que las gentes puedan narrarse, dialogar y reconocerse. Cruzo los dedos porque un día estos pueblos asuman que somos hijos del mismo ultraje y que estaremos mejor hermanados en auténtica solidaridad (que no es en absoluto el ejercicio de depositarle a Don Francisco para su Teletón).
❤️
ResponderEliminarExcelente publicación, sobretodo que debería imperar la empatía en la humanidad cosa que cada día para el inmigrantes se le hace cuesta arriba
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