En principio...
Ilustración de Paulina Díaz |
La mayoría de quienes nos asumimos como mujeres, menstruamos. Menstruar no es sólo desprenderse de un óvulo no fertilizado una vez por mes y hacerlo evidente en el sangrado. Menstruar implica el hecho innegable de que todos nuestros actos, sentimientos y sensaciones se acoplan a un ciclo cuyas características serían mucho más sencillas de identificar, si nos mostrarán más que una visión biologicista del proceso o, lo que es peor aún, una perspectiva estereotipada según la cual las mujeres somos gracias a nuestro ciclo: “inestables”, “chifladas”, “incomprensibles”, etc., etc., etc.
Seguramente, si nos dedicáramos a realizar una revisión histórica de la menstruación y cómo esta ha sido asimilada por las distintas culturas, nos sorprendería encontrar evidencias de que ella no siempre fue el sucio estigma con el que cargamos las mujeres. Mucho antes de que las religiones impusieran una espiritualidad patriarcal que subyuga la naturaleza femenina, la menstruación era vista en diversas culturas originarias como una cualidad más que como un “defecto biológico” o una “impureza espiritual”. A ella se la llegó a considerar el vínculo sagrado que unía a la humanidad toda con la naturaleza en la medida en que hermanaba su ciclo al de la luna y garantizaba el justo equilibrio entre los seres humanos y el universo. Hoy esa concepción no es la que prima y en muchos espacios puede llegar a parecer ridícula. Ciertamente, la mayoría de nosotras ha sido tan bien formada en pro del desconocimiento de nuestra naturaleza, que la menstruación es algo que se sufre, que da asco, vergüenza, y que aún no termina de comprenderse y aceptarse. En el marco de la sociedad capitalista patriarcal, menstruar duele…
En este contexto
Resulta imperioso reconocer que así como la tarea de dominación de los poderosos ha sido constante y eficaz en gran medida, la lucha de resistencia que desde siempre han mantenido nuestros pueblos ha sido también meritoria y, de hecho, la única razón por la cual aún podemos albergar alguna confianza en el futuro, en otro mundo posible.
Desde diversos rincones del planeta surgen movimientos populares que abrazan nuevas prácticas y proponen nuevas formas de relaciones más armónicas y más respetuosas del espacio que habitamos. De poco serviría teorizar al respecto (aunque resulta interesante acercarse a conceptos como “ecofeminismo” y su impronta en la región suramericana), lo importante será siempre acompañar esas prácticas con la conciencia de que sólo los actos transformadores lograrán ayudarnos a avanzar en la construcción de una nueva sociedad. Una de esas prácticas es la del uso de alternativas ecológicas para el acompañamiento del sangrado menstrual, práctica que desde principios del año 2000 se ha ido multiplicando silenciosa pero férreamente entre mujeres de todo el mundo. Podría tratarse, sin duda alguna, de los primeros pasos de una ecorrevolución que avanza empujada por las necesidades cada vez más urgentes que exigen una transformación de nuestros hábitos de consumo.
Pero… ¿Por qué habríamos de desechar las opciones que impone el mercado?
Visto desde distintas perspectivas, las razones para darle la espalda a los productos desechables que ofrece el gran mercado son muchas. Desde el punto de vista ecológico, debemos hacer consciente el hecho de que estas compañías ofrecen productos elaborados con algodón y rayón, blanqueados con dioxin, aromatizados con cualquier cantidad de químicos tóxicos y portadores de geles y polvos químicos altamente dañinos para la salud y el ambiente. Nos dicen, aún así, que debemos confiar en su higiene pero… ¿quién no se ha topado con pegamento derramado sobre la capa de algodón-rayón que entrará en contacto con nuestras pieles? No, no son productos higiénicos. Son elaboraciones altamente tóxicas que se convierten en desechos sólidos cuyo destino es el tacho de la basura y posteriormente años y años en vertederos, mares, ríos y lagos; nos dicen además que nuestra sangre menstrual es digna de eso. Se trata, ni más ni menos, de productos altamente contaminantes y no degradables que ponen en riesgo nuestro presente y nuestro futuro. Todos esos elementos desechables que compramos, usamos y tiramos, tendrán una existencia superior a la nuestra y además, seguirán comprometiendo la salud de nuestros hijos y nietos. Cada toallita que tiramos al tacho permanecerá sobre la faz de la tierra entre 200 y 500 años… ¿Son una herencia digna para las futuras generaciones?
Desde un punto de vista que ponga en alta estima la salud humana, las toallitas y tampones desechables constituyen elementos de gravísimo impacto. Aunque casi todas las compañías encargadas de su fabricación han conseguido permisos sanitarios (el dios dinero todo lo puede en el mundo capitalista), se hace evidente en la falta de información que ofrecen estos productos en sus respectivos empaques y en la incapacidad contraargumental y exposiciones contradictorias, que los elementos químicos utilizados para su fabricación pueden llegar a ser nocivos para la salud de la mujer que los usa. Dioxinas, rayón y plástico son los elementos más comunes contenidos en estos objetos de consumo. Sus efectos están vinculados con infecciones, hongos, endometriosis, cáncer cervical, infertilidad y síndrome de shock tóxico. Además, mucho se ha dicho sobre la posibilidad de que en algún momento empresas fabricantes de toallas y tampones hayan incorporado asbesto en sus productos con la finalidad de provocar más sangrado y por ende, mayor demanda y consumo.
Razones económicas que abogan por buscar nuevas opciones aducen que debemos romper con la dependencia que hemos asumido de este tipo de elementos. No es lógico que una mujer destine parte importante de su presupuesto familiar mensual a adquirir productos desechables por una razón tan natural como lo es el ciclo menstrual. No deberíamos pagar por ser mujeres. No deberíamos sacar dinero de nuestros bolsillos para costear daños a nuestra salud, daños a nuestro ecosistema y daños incluso a nuestra propia salud mental (los descartables son producto de una escasa comprensión de la naturaleza femenina y por ende reproducen la no aceptación en las mujeres que los usan; han generado y sostenido el tabú alrededor de la menstruación para vender productos que tienden a estigmatizar la sangre menstrual, vinculándola con una situación típica femenina de incomodidad, desagrado e inestabilidad.). Teniendo a mano y desde siempre opciones naturales reutilizables, el presupuesto familiar bien podría liberarse de estos gastos que actualmente han llegado a considerarse groseramente una “necesidad básica”.
Finalmente, desde el punto de vista ideológico es necesario hacer referencia al hecho incuestionable de que la mujer ha sido una víctima fácil para la industria de la estética, la moda y la higiene. A través de los publicistas, la vehemente tarea de estereotipar la feminidad ha rendido sus frutos: Hoy muchas mujeres se miran al espejo y se juzgan según parámetros impuestos que cercenan su naturaleza y amor propio. Las publicidades de productos para la menstruación, específicamente, ofrecen una representación femenina siempre ingenua, frágil, inestable, sin claridad de objetivos, hipersensible y en permanente confrontación con su cuerpo y ciclo menstrual. Cuando compramos-usamos-tiramos productos publicitados de esta forma, financiamos su sostén, aceptamos el estereotipo y favorecemos su consolidación.
Opciones ecológicas para el consumo responsable…
La copa menstrual es un dispositivo elaborado con silicona médica. No genera ningún tipo de reacción alérgica y cumple la función de recoger el flujo de sangre sin pérdidas, adaptándose de forma perfecta a las paredes vaginales. No contiene geles absorbentes o desodorantes ni blanqueadores ni ningún producto químico. Se limita a ser mero recipiente, por lo que no absorbe las defensas naturales ni deja fibras en la pared vaginal. Se coloca de la misma forma en que se colocan los tampones (de colocación intravaginal) y resulta sumamente sencillo pues se dobla y hace totalmente manejable.
Esta excelente opción ecológica es tan antigua como los tampones. Sin embargo, no fue comercializada a gran escala y seguramente las razones se encontrarán en el hecho de que con las copas menstruales la mujer debe explorar su cuerpo más que con los tampones para encontrar una colocación apropiada a su comodidad. En la época en la que surgieron ambos no era aceptable tocarse y explorarse, por lo que se frenó su producción y consumo (Aún hoy el temor a la exploración del cuerpo sigue vigente y no pocas mujeres miran esta opción con asombro y desagrado). Otra razón -quizá la de mayor peso- por la cual las copas menstruales no se comercializaron de forma extensiva, está en el hecho de ser reutilizables. Una mujer sólo necesita una copa y ella le puede servir durante un promedio de diez años. Al no ser un producto desechable, no responde a las reglas del mercado y no interesa comercializarlo, no deja tanto margen de beneficio como los desechables tampones y toallas sanitarias. Su consumo no permanente afectaría los grandes intereses capitalistas.
Las toallitas femeninas de tela son compresas hechas casi siempre con fibras de algodón y cumplen la función de absorber el flujo menstrual. Constituyen el producto de una conjunción entre la herencia ancestral de nuestras abuelas y los diseños más prácticos que nos ha permitido la actualidad. Toman de las toallitas descartables la única aportación tecnológica digna de reconocimiento: las alitas. Existen diversos modelos de toallitas de tela, todas funcionan perfectamente bien ajustándose a la bombacha, tal como las descartables. Son prendas reutilizables que se lavan del mismo modo en que se lavan las prendas íntimas, incorporando un remojo previo de entre cuatro y ocho horas (el agua del remojo puede reutilizarse para la fertilización de plantas). En ningún caso retienen malos olores y aunque puede ocurrir que con el uso y paso del tiempo se manchen un poco, esto forma parte del reto por un cambio de paradigmas: nos hemos dejado convencer de que nuestras manchas de sangre son despreciables y en ese afán de “blanquear” hemos permitido que envenenen nuestros cuerpos. Actualmente, esta opción es distribuida en muchos países a través de mujeres y/o grupos de mujeres que confeccionan en el marco de microemprendimientos que abogan no sólo por un consumo más consciente sino por una formación para la comprensión de los procesos propios de las mujeres menstruantes.
Razones para el cambio…
Las opciones ecológicas para el acompañamiento de la menstruación ofrecen la posibilidad de ejercer un control consciente sobre nuestros propios cuerpos, sus procesos e higiene. Constituyen una opción alternativa a ese mercado injusto y globalizado que perpetúa estereotipos y masifica la basura. Además, son cómodas, atractivas, altamente eficientes y, a mediano y largo plazo, resultan muchísimo más económicas. Ellas nos permiten dignificar nuestro ciclo menstrual y establecer un contacto armónico y respetuoso con la tierra que habitamos.
Recurriendo a las alternativas ecológicas, minimizamos el impacto ambiental que nuestros cuerpos generan durante los días del sangrado menstrual, al tiempo que participamos de una economía justa y solidaria. Reutilizamos y gastamos menos, mucho menos dinero. Le decimos adiós a las infecciones, los hongos, las irritaciones, picazones, feos olores, etc. Le damos la bienvenida a un flujo menstrual distinto, más leve, más digno, infinitamente más amable. Volvemos a lo natural sin renunciar a los beneficios de los diseños prácticos y atractivos. Ganamos amor por nosotras, nuestros cuerpos y la tierra que también somos.
Nota 1: Este artículo fue escrito para la Revista Proyecto Aire, de Buenos Aires.
Nota 2: Para mayor información sobre prácticas de menstruación consciente, visite nuestro fan page Flor de Cayena.